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Abogado

Los asesinos

En el Norte de Irán, cerca del mar Caspio, se levanta un promontorio que domina un extenso valle en el macizo montañoso de Elburn. En su cima aún se pueden observar las ruinas de una antigua fortaleza. En la época de las cruzadas se alzaba allí un poderoso castillo, temido y rodeado de misterio. La leyenda cuenta que se construyó en el lugar en que decidió posarse un águila, que un jeque consideró como signo de buen augurio. Parece ser que por eso se llamaba Alamut, que pudiera derivarse de la expresión "vista de águilas" en persa.

El castillo de Alamut fue el centro del poder de una breve dinastía de una secta minoritaria dentro de la corriente musulmana chií que, a su vez, es minoritaria en el Islam. Dominaron el Norte de Oriente Medio, desde la actual Pakistán hasta Siria, a través de un rosario de fortalezas, desde las que intentaron extender su interpretación exotérica del Corán mediante la predicación y los atentados cometidos con temeridad suicida. En Alamut residía el jefe supremo de esa secta, que se conocía venerable y respetuosamente como el Viejo de la Montaña.

Marco Polo cuenta que conoció el castillo y a su temido residente, aunque no puede ser cierto porque, cuando hizo su famoso viaje, los mongoles ya lo habían destruido. Pero recoge la leyenda que hizo afamada y temible la fortaleza. Se dice que tenía unos espléndidos jardines ocultos que imitaban los vergeles del paraíso prometido a los fieles musulmanes. En ellos se solazaban los sectarios antes de cometer los atentados con los que infundían el terror y de los que probablemente no saldrían con vida. Entre las delicias de las que disfrutaban allí estaba pillar un tremendo colocón bebiendo infusiones de hachís. Por eso se les conocía como "hashishim", de donde deriva la palabra "asesino".

En parte de la misma zona geográfica se ha extendido la crueldad del poder de un nuevo Viejo de la Montaña, que se coronó como Califa, y su secta de asesinos, que ahora se hace llamar Estado Islámico y que con un acrónimo árabe se conoce como Daesh. No se tiene noticia de que los de ahora anden fumados de grifa hasta los ojos. No parece que tengan necesidad de adelantar los placeres del paraíso dándole a la maría. No se ha detectado que precisen avances del jardín de las huríes liando porros de hierba.

Los actuales parece que consideran asegurada la cosa del follar eternamente a una montonera de vírgenes en el más allá. Pero, oiga, rebanan pescuezos tan ricamente como los antiguos castellanos de Alamut más colocados de pajuela. Y lo hacen con idéntico arrojo fanático y suicida.

El castillo de Alamut hace siglos que fue derrumbado, pero sus asesinos permanecen. Frecuentemente creemos que las historias orientales son cosas del pasado, como viejos relatos folclóricos y exóticos que nos relatara la voluptuosa Scheherezade para conciliarnos el sueño, al modo de "Las mil y una noches". Habitualmente sentimos muy lejanos los terribles sucesos que acontecen en Oriente Medio. Sólo nos despertamos de la ensoñación cuando una daga cercena la garganta cercana de alguno de los nuestros o un temerario suicida se inmola en alguna de nuestras ciudades como un mártir de la Guerra Santa, arrastrando consigo a cuantos más infieles pueda hacer caer al fuego que nunca se apaga, donde habrán de comer el fruto amargo del árbol Zaqum.

Acabamos de ver la sombra de Alamut en los asesinos de París. Pasarán unos días y probablemente volveremos a olvidarnos pronto de que siguen ahí los predicadores de la Guerra Santa, como Alaudín, el Viejo de la Montaña.

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