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Matías Vallés

Si es una guerra, no la estamos ganando

Occidente sacrifica sus libertades tras los ataques islamistas

Los occidentales están sacrificando sus libertades sin salvar sus vidas. Tras el 11S, el presidente Bush animó a los estadounidenses a salir a la calle, a consumir y a divertirse. Tras el mayor atentado de Europa con terroristas suicidas, Francia decreta el estado de sitio, cierra el Louvre y la policía aconseja evitar los desplazamientos por París "en la medida de lo posible". La aplicación radical de las restricciones citadas significa el fin de Occidente, que se somete -se islamiza, literalmente- al "grupo de creyentes que ha tomado por objetivo la capital de las abominaciones y de la perversión", en el comunicado emitido ayer por el Estado Islámico. Ningún dibujante europeo en su sano juicio se atreve a dibujar una caricatura de Mahoma, se ha abdicado del sagrado derecho a la blasfemia. Sin evitar el goteo de muertes. Un fumador europeo sufre amenazas más urgentes que el terrorismo islámico.

Ahora bien, si la matanza de raíces religiosas de París se inscribe en una contienda bélica según afirma Hollande, hay que felicitar a los estrategas de la misma manera que los belicistas de cualquier adscripción se inclinan ante la versatilidad de matarifes como Napoleón o Rommel.

Simétricamente, la masacre de París representa uno de los mayores fracasos de los carísimos servicios de inteligencia, en las diversas acepciones del término. Se han quedado sin la coartada del lobo solitario. En plena capital del universo, una docena de soldados con medios rudimentarios despliegan con sigilo una acción coordinada, que apenas fue interrumpida cuando había culminado.

La caótica respuesta no fue distinta a la articulada en ciudades ingobernables como Bagdad o Bombay. Hollande habla de "un ejército terrorista", porque la grandeur no debe soslayarse ni en medio de la tragedia. En tal caso, Francia ha sido invadida sin enterarse. El diseño de la masacre requiere de la participación de decenas de islamistas, por no hablar de los indicios que pudieran detectar su familiares, allegados y vecinos. Un entorno sellado, en medio de una psicosis terrorista no se ha filtrado el mínimo indicio. O no ha sido correctamente interpretado. En tiempos de guerra fría, se concluiría que solo una potencia extranjera dispone de la capacidad de penetración para asesinar impunemente en París en prime time. La labor ilegal de intercepción masiva de las comunicaciones, a cargo de los grandes hermanos de los países occidentales, se concentra por lo visto en espiar a inocentes. Tal vez Snowden exagera el poder de la NSA que todo lo ve y todo lo escucha, pero no sabe descifrarlo.

Las reacciones políticas ortodoxas vuelven a sorprender por la reducción del terrorismo religioso a delincuencia común. Se limitan las culpas a los asesinos y sus cómplices, que serían islamistas solo por casualidad. Es un buen razonamiento para transmitírselo a las decenas de heridos de París, que veían como les disparaban al grito de "Alá es grande". O para los clientes que consiguieron abandonar el Bataclan a rastras, y a quienes el Estado Islámico llama "idólatras en una fiesta de perversión". La música también es sacrílega.

El comunicado de atribución de ISIS contiene medio centenar de términos religiosos, con preponderancia de la inspiración divina de la masacre. Quizás habría que buscar las causas por este lado, aunque no son muy creíbles los discursos de quienes condenan el terrorismo islámico para abrazarse a continuación a Qatar o Arabia Saudí, socios de referencia de Occidente.

Hollande insiste en que la matanza "es un acto de guerra". Pues bien, si esto es una guerra, no la estamos ganando.

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