La guerra contra el terrorismo yihadista es, en una de sus variables, demográfica. Los fundamentalistas islámicos, que ejercen la poligamia, engendran más hijos que los europeos, donde, por contra, crecen exponencialmente las familias monoparentales. A ellos les resulta sencillo sustituir a sus bajas en combate con nuevos efectivos, adoctrinados en el odio desde la infancia. Los ejércitos europeos, por el contrario, se llenan de inmigrantes porque los nativos muestran cada vez menos interés en defender a su país. Ese trabajo de centinela, que lo hagan otros. Los suyos son soldados aguerridos, disciplinados, dispuestos sin rechistar al sacrificio, la infantería que cualquier general sueña tener al mando. A esa juventud desilusionada pero terrible en las consecuencias de sus actos sanguinarios opone la vieja Europa buenas palabras y el símbolo hippy de la paz embutido en la torre Eiffel. Pobre Europa anciana, demagoga, cobarde, cómoda y decrépita.
