La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Presbítero

Los jardines de Dios

Aquella tarde iba yo de la mano de mi madre por la plaza de mi pueblo, un pueblo cualquiera, ¡qué más da! Tendría yo unos cinco años mal cumplidos. Empezábamos a jugar a las carreras de coches con chapas de gaseosa por la pista marcada en el borde de la acera del viejo Ayuntamiento. Los un poco mayores jugaban a "pío campo" o corrían con aros que habían sacado de viejos toneles de vino ya arrumbados, o andaban, río arriba, río abajo, en pelota picada pescando a mano truchas? Yo aún era muy crío para esas hazañas e iba de la mano de mi madre mirando a todas partes cuando vi cruzar a un niño que me miró de una manera extraña, moviendo la cabeza y haciendo a la vez muecas que a mí me debieron de hacer gracia porque empecé a reírme de él...

Mi madre al oír mi risa me miró, algo dijo que no entendí y me tiró de la oreja con un gesto de reprobación que tardaré en olvidar. Seguí más intrigado aún, sin entender ni atreverme a preguntarle. La educación de aquellos años guardaba a los padres un respeto que rayaba casi en lo sagrado. Pasó el tiempo. Me hice un poco mayor. Volví a ver al niño, con síndrome de Down, tiempo después y fue entonces, una vez en casa, cuando sí le pregunté a mi madre por qué me había tirado de la oreja el día aquel que vimos al niño haciendo unas muecas que a mí me habían hecho reír. Mi madre se puso seria y mirándome me dijo:

"Mira hijo?, porque esos niños son los jardines de Dios. Nosotros no somos buenos, ¿me entiendes? No somos buenos y Dios tiene que hacer esos niños que son almas puras, todo inocencia, para poder recrearse en ellas. Por eso son los jardines de Dios... De modo que no quiero que te rías nunca más de ninguno de ellos, no lo olvides?".

Y no lo olvidé ni lo olvidaré jamás. Hoy cuando me encuentro con alguno vuelvo a recordar las palabras de mi madre. Más de una vez hablando con sus padres me han dicho: "Son la alegría de la casa, hasta las pequeñas trastadas que hacen son pura inocencia". Y por mi cuenta más de una vez aduje el argumento de mi madre en mis pláticas al uso o conversando con alguna de esas familias que -iba a decir-, bueno, que "padecen" esa cruz. Y casi siempre encuentro respuestas parecidas.

Por eso doy gracias a Dios y a mi madre por haberme enseñado desde bien niño aquella tarde en la plaza de mi pueblo esa hermosa lección de pedagogía mientras otros niños mayores jugaban a "pío campo" o recorrían el río pescando a mano truchas. Y entendí también por qué acaso el periodista y escritor Torcuato Luca de Tena los llamó "renglones torcidos de Dios". Y es que "su Majestad" acostumbra a menudo a escribir derecho con renglones torcidos, o eso nos parece a nosotros, y es misión nuestra ("qui bene legit multa mala tegit") aprender a descifrar el lenguaje divino escrito a veces con extraños caracteres.

Compartir el artículo

stats