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Sol y sombra

Cuarenta años

Franco murió hace cuarenta años. La fecha que se cumplió ayer no tendría gran interés si no fuera porque antes de ello España había vivido casi otros tantos bajo su escrutadora mirada opresiva. Cuando el olvido ha proyectado suficientemente su sombra sobre el personaje y su circunstancia, sucede como este 20 de noviembre en que lo único que se han puesto a pensar algunos es qué hacían ese mismo día de 1975, dónde estaban, qué les ocupaba.

Naturalmente casi nada de ello tiene que ver con la tristeza melancólica que llaman nostalgia. Ni siquiera empuja ya la idea franquista de que con Franco esto no pasaba, referida a algunas de las grandes desgracias que se renuevan y acumula España desde hace décadas de historia. Son, desde luego, más de las que uno podría recordar a bote pronto, porque en el fondo el país ha cambiado pero no tanto sus paisanos. Nacen nuevos españoles y pese a que son recibidos en otro planeta, si lo comparamos con la España franquista, algunos de los genes asociados a la raza permanecen inamovibles. Se manifiestan de distinta manera, claro, pero persisten como las garrapatas, bajo nuevas formas, igual de intolerantes o sectarios. Naturalmente, España ha cambiado, no la conoce ni la madre que la parió, pero los españoles en muchos aspectos seguimos siendo perfectamente reconocibles en el interior y desde el exterior.

Un embajador inglés, Mr. Hayes, definió la forma de actuar de Franco como "política gallega". Durante una jornada de pesca del salmón en Asturias, surgió la conversación sobre una persona que quienes le acompañaban no habían visto en muchos años y se preguntaban qué habría sido de ella. Franco, como solía ser habitual tenía una gran facilidad para desentenderse de sus propias responsabilidades, y pasó la pelota. "A ése le mataron los nacionales".

Ahora tenemos al frente otro gallego, como es obvio muy distinto, pero gallego.

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