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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Confesemos: somos culpables

Si no desde las Cruzadas, como ellos dicen, sí, al menos, desde la desmembración del imperio otomano. Y, después, por haber creado el estado de Israel, y haberle dado armas para vencer a quienes lo atacaban. Responsables también por comprarles su petróleo, y por ir allí de vacaciones, contaminando de ese modo sus formas de vida. Lo somos, asimismo, por ser infieles y no someternos a la doctrina mahometana, por permitir a nuestras mujeres vivir de cualquier manera, por tener separada la ley de la religión.

Y, además, aquí, porque en nuestros barrios europeos viven tantos jóvenes en paro y sin esperanza, y, lo que es peor, con la humillación de la limosna de la asistencia social, la sanidad y la enseñanza. De modo que resulta inevitable y entendible que se levanten en armas para asesinarnos.

Es cierto que eso no explica muy bien por qué otros jóvenes, también de barrio, también en paro y sin esperanza, pero que no tienen la fe del islam, no se conducen de la misma manera. Acaso nos pudieran iluminar los jóvenes de la kale borroka en Euskadi: cuando a sus adoctrinadores no les interesa excitarlos desaparecen de las calles.

Pero son eso menudencias. Lo importante es que somos culpables. Y, sobre todo, no somos conscientes del dolor que les causamos cuando se ven obligados a matarnos, porque ellos seguramente no quieren hacerlo, pero los obliga a ello un irrefrenable sentido de deber justiciero por nuestras culpas y nuestros pecados.

Así que, para expiar nuestras culpas y evitarles ese dolor de tener que exterminarnos contra su voluntad, vayamos a una mortandad colectiva: ofrezcamos voluntariamente nuestros cuellos en la plaza pública a una degollina a fin de expiar nuestras culpas.

Yo, lo digo explícitamente, estoy dispuesto a ello. Ahora bien, para dar el paso adelante, exijo que primero vayan todos aquellos que andan pregonando nuestra culpabilidad y piden nuestra contrición, aquellos que justifican los atentados basándose en nuestra culpabilidad histórica y social. Vista su inmolación en aras de la justicia, a ninguno de nosotros nos costará mucho seguirlos.

Aunque, a lo mejor, no es necesario llegar a tal extremo. Cojamos a los que pregonan el diálogo con quienes nos matan como solución a la violencia y depositémoslos entre Siria e Irak: estoy seguro de que los recibirán con los brazos abiertos y de que todo se arreglará en un abrir y cerrar de ojos, mientras toman un té o se fuman una pipa de hachís.

Eso sí. Convendría que antes de marchar firmasen ante notario un documento negándose a ser rescatados con nuestro dinero en la improbable (improbabilísima) circunstancia de que los secuestraran y pidieran por ellos un rescate.

Por si las moscas.

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