Se sabe de buena tinta que en algunos caladeros de la costa asturiana pervive una especie de calamar gigante que de vez en cuando aflora a la superficie enredado en los aperos de algún barco de arrastre, como el que el pasado lunes izaron en grúa en El Musel. Animal mitológico donde los haya, se ha tragado barcos y marineros a lo largo de la historia de la literatura como quien se merienda unas rabas. El kraken lo llaman en Escandinavia, pero cabe discurrir que las leyendas sobre un gigantesco cefalópodo no tienen ni pies ni cabeza. Y que ninguna mente lúcida del gremio de hostelería piense que de semejante bicho se pueda extraer un quintal troceado para rebozarlo a la romana o servirlo con cachelos, como para dar de comer a un regimiento: su carne es tóxica por altas concentraciones de amonio. Así que confórmense con unos chipirones de portera o con una sepia al alioli. Y borrón y cuenta nueva.