Como Alberto Estrada, el alfarero de La Guía, es culo de mal asiento, a nadie extrañe que haya hecho carrera su creación artesana con la que se premia a los ganadores del Festival de Cine de Gijón: una butaca de barro. Las creaciones de Estrada suben al estrado por la alfombra roja y alcanzan a llevar un pedazo de arcilla gijonesa a diversas partes del mundo, en la maleta de reconocidos cineastas. El taller de Alberto parece un universo paralelo: uno puede encontrar de todo lo habido en ese extenso habitáculo de La Guía, en aquel Aleph borgiano en el que este personaje peculiar, parlanchín y bonachón, que se mete en todos los charcos, que tan pronto se ingenia una butaca festivalera como saca un calamar gigante de la playa, almacena desde recuerdos goleadores de Quini y recortes, paladas de Dionisio de la Huerta hasta iniciativas para un rastrillo, animales mitológicos y proyectos inconclusos de alfarería. Alberto tiene en la cabeza un torno que gira y gira y un horno candente.