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No parece haber duda: en la posmodernidad, cualquier político -y más, en campaña o precampaña- siente una atracción fatal por la tele, como la de las polillas por las bombillas.

Se suele poner como ejemplo inaugural de esta obsesión el famoso debate de los presidentes norteamericanos Nixon y Kennedy en los años sesenta del pasado siglo, pero no sé yo, porque a diferencia de aquel mítico vapuleo de Kennedy a su rival, celebrado en un mundo televisual en blanco y negro, lo que más se lleva en el actual mundo multicolor son los "talk-shows" o debates múltiples, como La Sexta Noche, en que por ejemplo fue entrevistado recientemente Pedro Sánchez, candidato filiforme del PSOE que tiene el hombre tan poco carisma que, en vez de correr una carrera electoral frente a los demás candidatos, parece hacer "fitness" en un gimnasio contra sí mismo.

Pero la mayor novedad de la actual precampaña electoral no están siendo los citados "talk-shows", ni tampoco los debates pareados, ni los cuatreados, a los que se niega en banda Rajoy y a los que, en cambio, se apuntan Sánchez, Rivera o Iglesias, el trío aspirante (a ocupar la Moncloa, porque en Cataluña, según dijo Artur Mas en su última huida por la tangente antes de que le caiga encima todo el aparato constitucional, el Parlament no ha votado la independencia, sino "su aspiración" a lograrla).

No. Lo último en este asunto preelectoral son programas de entretenimiento en que algunos candidatos, a fin de birlar votos durmientes, se pliegan a hacer las mayores gansadas intentando mostrar que no son seres de otra galaxia, sino de la galaxia Marconi, la de "el medio es el mensaje", o sea, seres televisuales normales, tipo Belén Esteban y compañía, pero sin gritos y susurros.

En fin, quizá me equivoque, pero visto lo visto hasta ahora, yo creo que Rajoy, sin duda el más reacio a este juego, el más clásico y menos posmoderno de la actual hornada política, tiene muchas papeletas para ganar esta partida. ¿Por qué? Pues porque el que menos se prodigue se librará de que le pase lo que a las polillas: que las que dan vueltas y vueltas y se exponen demasiado al calor de la bombilla se acaban quemando.

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