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Convención sobre el Cambio Climático: Tierra o muerte

La necesidad de que de la cumbre de París salgan soluciones inmediatas y plenas de ambición y generosidad

Sin duda es inherente a la especie humana, a lo que no nos afecta de forma directa no le concedemos importancia. Esto, a la velocidad que corren los tiempos, se trata de un modo de pensar arcaico porque, para bien o mal, nos encontramos en un mundo globalizado, y si antes se decía que un estornudo en Pekín producía un huracán en Nueva York, ahora podemos afirmar que un byte despistado puede armar la de Dios es Cristo en los cinco continentes.

Lo que quiero explicar es que los seres humanos en su totalidad están comprometidos en la misma aventura de supervivencia, y tan sólo si actúan en conjunto serán capaces de salvarse como especie y, por consiguiente, como civilización. Está demostrado que, como no se vayan a Marte, no existen santuarios para la población más favorecida económicamente, tampoco para el resto de mortales, si no se busca urgente remedio para el cambio climático, porque, al final, todos pereceremos entre sus infernales redes.

La brutal aceleración de los procesos migratorios, a causa de la subida de temperaturas en el conjunto de la superficie terrestre, incrementa los terrenos baldíos y desérticos, en los que por falta de recursos hídricos ya no es posible ni siquiera malvivir de agricultura y ganadería. En otros lugares se trata de fenómenos meteorológicos, contrarios y adversos, en los que la sequía se mezcla con huracanes, inundaciones y corrimientos de tierra que arrasan todo lo que se ponga por delante, haciendo desaparecer la capa vegetal y, por consiguiente, los cultivos hortícolas. Sirva de ejemplo la dramática migración siria (una pequeña parte de los 30 millones que se calculan para este año) y su tremenda repercusión, que demasiados achacan a la guerra y el fanatismo de unos desalmados, cuando un tanto por ciento muy elevado de dicha tragedia es consecuencia de la prolongada sequía que durante cinco años asoló este país de la costa oriental mediterránea y arruinó la producción de materias alimenticias de primera necesidad, dejando tras sí hambruna, desolación, enfermedades y miseria.

Más de lo mismo ocurre con los océanos. Los glaciares se derriten, el calentamiento de sus aguas y la contaminación traerán consecuencias impredecibles para el ser humano, la fauna y la flora marina. Sus más perversos resultados: elevación del nivel del mar, modificación de las corrientes marinas y su notable influencia en el clima terrestre, desaparición de miles de especies, aparición de otras en zonas en las que jamás se habían localizado, disminución de la pesca en poblaciones que dependen de ella?

Hasta el momento, los océanos se comportaban como seres vivos capaces de regenerarse sin problema, ante el desprecio absoluto y la brutal agresión que la humanidad les viene infringiendo a través de los siglos, sobremanera tras la Revolución Industrial; de siempre los hemos considerado como el gran sumidero de insaciable garganta profunda. Esto se ha terminado, y no es extraño teniendo en cuenta los miles de toneladas de porquería con que los alimentamos: este año se calculan nueve millones. ¿Qué ocurrirá a partir de ahora? Si hasta la fecha el cambio climático se medía en progresión aritmética, podemos tener la certeza de que comenzará a regirse en progresión geométrica y las catástrofes se intensificarán en la misma proporción.

Con el rimbombante nombre de Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, que se celebra en París, los dirigentes mundiales, parece ser, quieren hacerle frente al primer problema de la Humanidad. Ya saben, petróleo, gas, carbón = calentamiento del planeta y empobrecimiento generalizado = gases con efecto invernadero = civilización global herida de muerte.

¿De verdad que todos estos jefes de Estado tienen real voluntad de reducir las emisiones contaminantes? ¡Demuéstrenlo! Aunque para ello deben de olvidar inútiles rencillas, poniendo en valor y abaratando costes de producción de las energías renovables. Si los ecosistemas han sido el pilar fundamental para garantizar un correcto equilibrio de los sistemas medioambientales dentro de unos límites juiciosos, hemos de respetarlos, sólo ellos serán capaces de proporcionarnos dos recursos indispensables para seguir creciendo: aire puro y agua cristalina.

Si no nos encontramos en el punto sin retorno, estamos a punto de alcanzarlo. Nos hallamos en una encrucijada en la que, si tomamos la dirección equivocada, la humanidad puede evaporarse para siempre. De la Convención de París han de salir soluciones inmediatas, plenas de ambición y generosidad, que reduzcan, de una vez por todas, la polución. Entre todos, desde el país más pobre hasta el más rico, pasando por las economías emergentes y las que no lo son tanto, han de conseguir exigentes acuerdos que si pecan de algo sea de codicia, todos sabemos que estos planes siempre se reducen a la mitad si no se cumplen a rajatabla. La elección entre el pan de hoy y el hambre de mañana es bien sencilla: Tierra o muerte.

Por cierto, no estaría de más conocer su opinión, ni una sola de las personas que aspiran a presidir el nuevo Gobierno: PP, PSOE, C's, Podemos, IU y demás, han mencionado este tema. ¿Estarán tan influenciados por el primo catedrático de Rajoy que para ellos no tiene importancia el cambio climático? Me gustaría saberlo.

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