El debate a cuatro fue debate acuático: escucha uno cada intervención que se le saltan las lágrimas, tal que se nos llevara por delante un océano de llanto. Qué país el dibujado, sin término medio, de horror o de jauja, entre tics nerviosos, frases manidas, gestos displicentes y sudorina en el sobaco. Debatir debería ser, como la oratoria clásica, asignatura obligatoria en las escuelas. No sabría atinar quién ganó el debate, pero me atrevería a airear que el ganador fue Rajoy, televidente privilegiado que, fumándose un puro, no quiso estar donde como candidato debía y prefirió estar donde un presidente del Gobierno nunca debiera: haciendo migas en la cocina de Bertín. Parece ser que es ahí, jugando al futbolín y entre fogones, donde se ganan los comicios en un país de audiencias y de ausencias. Y mandando un fontanero -o fontanera- a taponar las vías de agua propias, aunque sea con hilillos de plastilina como las fugas del "Prestige".