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Sol y sombra

El esquema nacional

Salvador Pániker, el anciano que desmiente con lucidez las supuestas averías con que subtitula sus diarios, ha dicho que el defecto nacional español es que nadie escucha ni cambia sus paradigmas.

Es verdad, cuesta renunciar al esquema. Hace falta racionalidad, concentración y reflexión, prestar atención a lo que dicen los demás y no cerrarse en banda. Por el contrario, somos emotivos en exceso, tendemos a calibrar los problemas en función de los sentimientos, que anteponemos al derecho o a la razón.

La hiperemotividad, de la que habla Pániker al referirse al problema nacional, aplicada en cualquier orden de la vida y con despecho sólo conduce a desastres de diferente escala. Algunos han formado parte de la historia más negra y trágica del país. Lo siguen haciendo en mayor o menor medida.

La vida cambia pero los españoles, en esencia, seguimos siendo los mismos. Con nuestros defectos proyectados en los políticos que nos representan. Les pedimos más y habría que preguntarse a veces con qué derecho, ya que somos incapaces de exigirnos a nosotros mismos lo que reclamamos a a nuestros prójimos.

La enemistad, por ejemplo, es capaz de surgir en este país por una simple falta de entedimiento. Ya sucedía en los tiempos de Silvela y Romero Robledo, cuyo desapego emocional trajo una de las mayores crisis que se recuerdan en las filas conservadoras. Eran dos políticos que apenas se hablaban: profesando un mismo credo no se entendían. Una vez que lo hicieron, es verdad que en tono de broma, el primero le preguntó al segundo: "¿Qué piensa usted de mí?". Y Romero le respondió: "Exactamente lo mismo que usted de mí".

Pues eso. Así se explica en muchas ocasiones el diálogo nacional que ni tan siquiera se acerca al de los besugos. En reflexión, estamos cerca de las almejas.

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