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Los pecados de una derecha vergonzante

Ante una situación comprometida, el Chapulín Colorado, aquel personaje cómico de la Televisión, repetía "que no panda el cúnico". Es decir, mantengamos la calma, que no cunda el pánico? si podemos aguantar las ganas de escapar a todo correr. En la nueva oferta partidista encontramos una derecha dividida, con la original como una variedad vergonzante del centro y la emergente de Rivera dispuesta a poner una vela al diablo.

La legítima derecha de Rajoy, pero también timorata, ha dejado avanzar la rebelión catalana sin mover un dedo más que para quejarse de vez en cuando; como un obsequio al nefasto "arriolismo", sacrificó a un Gallardón que intentó abordar con valentía la defensa de la vida, no se atrevió a abolir la revanchista Ley zapateril de la Memoria Histórica, no rentabilizó a tiempo sus logros ante una situación económica complicada y en gran parte heredada del nefasto zapaterismo anterior. Me pregunto en qué medida todo esto influyó en el complicado panorama político que nos aflige.

No vale escudarse en un hipotético centro sin dimensión para enmascarar el verdadero carácter de un legítimo partido liberal, garante de la estabilidad y homologable con una respetable derecha europea, sin elementos correctores, defensora de valores permanentes. En política no vale el eslogan galaico de verlas venir, dejarse ir y parar a tiempo. Como los hechos han demostrado, las prisas de última hora para salir al aire fuera de la Moncloa no han sido suficientes.

La derecha no es una anomalía, como pretende el inexperto aspirante socialista que cometió y sostiene la ignominia de demonizar al presidente como indecente, sino una opción política tan democrática y respetable como cualquiera otra que ha de poner el acento en la estabilidad pero no en el inmovilismo.

De otro lado, los resultados de las elecciones que han puesto en su sitio al flamante Sánchez no le han hecho renunciar a sus aspiraciones, acaso dispuesto a claudicar ante los populismos emergentes a costa de lo que sea para tocar poder y en contra del ponderado parecer de un Leguina, un Corcuera o un Vázquez.

La situación propició previsiones pesimistas cuando no apocalípticas. Muchos jóvenes han preferido inclinarse por los nacientes populismos que parecen mostrar un pretendido frescor de estreno junto a la intrepidez de los proponentes, unida a una asombrosa verbosidad que a veces puede enmascarar intenciones disolventes nacidas de vinculaciones con regímenes dictatoriales, como el de Maduro en Venezuela o el de los ayatolás iraníes.

Lo que acaso nos salve de sus afanes totalitarios, representados en las banderas de la vieja República, será la heterogeneidad de los grupos que lo componen. Ante la insolencia de los emergentes, los populares tendrían que recuperar sus esencias sin complejos. Y los socialistas apartar su artificiosa obsesión anti-PP, puesta de manifiesto en la indignante encerrona del cara a cara televisivo de la campaña que descolocó por completo al presidente del Gobierno.

Sin duda el nuevo mapa partidista tiene mucho que ver con las televisiones que han mimado al personaje de Iglesias porque daba juego con la verborrea insolente de los antisistema. Es, pues, hechura de los medios. En fin, habría que preguntarse si Rajoy no estará ya quemado para intentar nuevas aventuras.

¿Qué va a pasar aquí? No seamos exclusivamente pesimistas. A veces, cuanto peor, mejor.

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