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Presidente de la Comision de Derecho del RIDEA

Sobre una hipotética e insólita privatización de montes y ayuntamientos

En defensa de que se restauren los principios de la propiedad colectiva en los espacios comunales de Asturias

De la no feliz coyunda entre ignorancia y atrevimiento suele nacer el disparate y, dependiendo de las condiciones del oficiante, a veces también asoma la mala baba.

Considerar que alguien pretende privatizar los montes asturianos cuando aboga por restaurar de una vez por todas los principios de la propiedad comunal, que es la quinta esencia de la propiedad colectiva, cuya titularidad se atribuye en más del 80% de los casos a los ayuntamientos, constituye un disparate de tamaño tal que no merecería más que compasión. Resulta que ahora, y por voz del señor Joaquín Arce nos enteramos de que los ayuntamientos y las parroquias rurales son sujetos de derecho privado, y que entregarles la gestión de sus bienes es privatizarlos.

Aunque contestar a tonterías suele ser una pérdida de tiempo, no quiero dejar sin pasar algunos de los insólitos dichos del señor Arce, no todos porque muchos no merecen una mínima atención.

Creo yo que a quien ha sido ¿responsable? de los Montes en el Principado no le debería sonar a chino el artículo 79.3 de la Ley de Bases de Régimen Local, que señala que los montes comunales son "aquellos (de propiedad municipal) cuyo aprovechamiento y disfrute corresponde al común de vecinos", constituyendo una especie de propiedad compartida entre ayuntamientos y vecinos, en la que los primeros tendrían la nuda propiedad del bien, mientras que el común de los vecinos ostentaría un derecho real exclusivo a su disfrute, como han puesto de relieve hasta la saciedad el Tribunal Supremo y la Dirección General de los Registros y el Notariado.

Por si no lo sabe, que debería saberlo, le recuerdo al señor Arce que de las más de 400.000 hectáreas de monte forestal o de pasto que existen en Asturias, que son casi el 40% de la superficie de la región, las que son de estricta propiedad de la comunidad autónoma del Principado no llegan a las 5.000, la mayoría adquirida por el ICONA antes de su transferencia al Principado (Muniellos y Valdebueyes, donde la comunidad autónoma también compró posteriormente algunos terrenos), y una parte del Coto de Lindes, en Quirós, 1.700 hectáreas aproximadamente. El resto son de ayuntamientos, parroquias rurales y comunidades vecinales, y en su mayor parte se trata de bienes inembargables, imprescriptibles y no enajenables.

Me da la impresión de que los conceptos sobre la propiedad privada y pública que están en el magín del señor Arce se corresponden más bien con el mundo de Polt Pot y compañía que con la realidad, el derecho y la historia de nuestro país. ¡Vaya privatizaciones las que caen en ayuntamientos! De risa.

La verdad es que en Asturias existen dos visiones contrapuestas sobre la función social y económica, régimen de gobierno, uso y aprovechamiento de los gigantescos espacios comunales existentes. Una visión urbana los considera genérica e indiscriminadamente bienes de propiedad y dependencia pública del Estado o de la comunidad autónoma. Pese a su irrealidad y endeblez teórica ese criterio, basado en premisas equívocas y equivocadas, está en la base de la prioritaria valoración que en la Asturias urbana tiene el potencial paisajístico, turístico, o supuestamente medioambiental de los montes comunales (a los que nadie amenaza con construir allí urbanizaciones y cosas así), y es responsable de que aparezcan subordinadas las cuestiones relacionadas con la capacidad productiva de esos espacios y su esencial vinculación con las poblaciones que les son cercanas, las cuales tienen indubitable derecho consuetudinario a ello que, por cierto, frecuentemente se les impide o se les dificulta ejercer mediante criterios de muy endeble justificación legal y, en casos, hasta moral, en la medida que en ocasiones constituyen una suerte de legitimación por parte de fuerzas políticas y gobiernos de izquierda de las actuaciones realizadas "manu militari" por los poderes franquistas durante varios decenios contra las pequeñas y desamparadas comunidades campesinas de la montaña asturiana, algo que resulta bastante contradictorio con los principios que inspiran las políticas de memoria histórica que esas fuerzas promueven.

Esa actitud desdeña la importancia económica y social que los asturianos que viven y trabajan en el medio rural dan a los comunales y que valoran principalmente su utilidad para las explotaciones y actividades agrarias, forestales y, sobre todo, ganaderas, especialmente en el marco de la nueva Política Agraria Común (PAC), que prima la superficie efectivamente utilizada por las explotaciones ganaderas, siendo así que en Asturias la fincabilidad propia, o privativa de los ganaderos, suele ser pequeña, o muy pequeña, y no parece que las acciones públicas que se utilizan para incrementar la superficie de las fincas ganaderas vayan a tener excesivo éxito a corto y medio plazo. Para quienes viven en territorios colindantes con montes comunales y allí ejercen una actividad profesional relacionada con la agricultura, el mundo forestal o la explotación ganadera, los criterios prevalentes sobre esos espacios están relacionados siempre con su funcionalidad económica y social, aunque, sin duda, sean objeto de valoración las cuestiones medioambientales relacionadas con ellos, pues quienes que viven en el campo participan de la cultura proteccionista medioambiental propia de nuestro tiempo.

Yo defendiendo la posición de quienes viven en el mundo rural y contemplan los montes desde con una triple perspectiva: económica, social y medioambiental.

Dice el señor Arce que mi posición es interesada. Como si tener intereses sea malo "per se". Hay interés honesto e interés deshonesto. El señor Arce tiene razón, tengo intereses, y los tengo desde una perspectiva moral, decente, preocupada por mi tierra y la gente que vive y trabaja en ella. Son intereses ajenos a cualquier cuestión política partidaria, dineraria o espuria, intereses de los que me enorgullezco y que admito. Por ejemplo:

Tengo interés en que los montes de Asturias no se conviertan en una selva impenetrable, cubierta de sebe y malezas, que arda a la primera chispa generando incendios espantosos como los que estamos viendo.

Tengo interés en que quienes habitan en el campo asturiano tengan trabajo estable y obtengan rentas suficientes de sus trabajos ganaderos y forestales, que cobren las ayudas de la PAC que les correspondan, las más que puedan, y me parece muy bien que tengan pisos en la ciudad a la par de su trabajo en el campo que les dejen rentas suficientes para vivir y permitir a sus familias un horizonte vital similar, incluso, al de los funcionarios que viven en la ciudad.

Tengo interés en que existan asociaciones cooperativas tanto de ganaderos, como de trabajadores forestales y que estas sean apoyadas por las administraciones públicas, porque crean empleo estable en el medio rural. Y me da igual que de ese empleo disfruten descendientes de celtas y astures o andaluces, marroquíes, sirios o venidos de cualquier otro país, siempre que se queden en los pueblos de la Asturias rural. Lo que me importa es que haya habitantes que pueblen nuestro cada vez más evidente, y promovido por algunos, desierto rural, para que cuiden y exploten la riqueza potencial de nuestros montes. Y naturalmente que obtengan provecho de ello.

Y me interesa también que no se hagan burradas por exceso en ningún terreno, por ejemplo, ni exterminando a los lobos, ni protegiéndolos de forma tal que arruinen a la gente.

Todo eso y bastantes cosas más conexas me interesan. No sé cuál es la posición política sobre el asunto del Partido Socialista, al que estuve afiliado; ésa es la mía, y estoy muy contento y tranquilo de defender esos intereses. Como lo estoy también de haber estado en política, y al igual que otros muchos políticos de mi generación, de que después de haber manejado muchos miles de millones de pesetas no se me haya pegado a las uñas, ni caído en bolso alguno una sola perrona que no sea legal y legítimamente mía, y que, por tanto, se me pueda poner cabeza abajo, arriba, mirar por delante y por detrás, y por el medio sin que caiga nada que no sea mío y ganado honradamente. Se puede ver y saber sin ningún esfuerzo cuáles son mis bienes, los de mi mujer y los de mis hijos y con ello saber claramente que sí tengo intereses y cómo son éstos. Los tengo y los tendré hasta que me muera, y siempre han sido, son y serán honrados. También estoy contento de no haber amparado nunca conscientemente y bajo ningún concepto irregularidades de mis subordinados en el tiempo que el que estuve en política, algo que como usted y yo sabemos, señor Arce, no puede garantizar todo el mundo, ¿verdad?

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