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Eduardo Lagar

ANÁLISIS | El fuego rural llega por primera ver al entorno urbano

Eduardo Lagar

El gigante verde ataca a la ciudad astur

Los vecinos de La Fresneda, en Siero, se acercaron a media tarde de ayer a contemplar el avance de las llamas en un monte lleno de maleza al otro lado de uno de los parques de la urbanización. Algunos tenían en la cara la sorpresa del que ve caer la nieve en agosto. ¿Pero el fuego no era algo exclusivo de la remota Asturias rural, de allá por el Valledor, de allá donde no vive nadie? ¿Pero qué hacía toda esta humareda en el plácido borde ajardinado de la Ciudad Astur? ¿Acaso cabía imaginar el desalojo de alguna de esas filas de adosados de La Fresneda, o verlas calcinadas como ocurrió en El Franco? Pocos minutos después de que, a las cuarto y media de la tarde, llegasen los efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), la lluvia contribuyó a extinguir el peligro. Uf. Por poco. Pero la advertencia quedó ahí para quien quiera tomar nota: por primera vez el incendio forestal en Asturias es una seria amenaza para ciudades y villas.

El Principado es un océano verde con una isla asfaltada en el centro, donde se apiña la mayoría de la población. Esa Ciudad Astur vive abrazada por un gigante rural (el 80% de la superficie regional) cada día más solitario, donde el campo deviene en selva y los montes abandonados rebosan de maleza. Cuando arden, por causas intencionadas o no, el fuego encuentra tanto combustible a su disposición que no hay manos suficientes para frenarlo. Hasta esta oleada de diciembre, el incendio forestal era un género típicamente rural. Todos sabíamos que la madera arde, menos la del Campo San Francisco de Oviedo. Pero el avance del cáncer de la Asturias rural despoblada es tal que empieza hacer metástasis en la Asturias urbana. El fuego llama a la puerta del adosado y entra sin preguntar. Se vio ayer en La Fresneda. Se vio con mucha más crudeza el sábado previo a las elecciones, cuando La Caridad y Viavélez, estuvieron a un tris de ser devoradas por las llamas nacidas en la sierra boalesa. Hubo quien, en la capital de El Franco, pasó la noche en vela, abrazado impotente a la escritura de su casa.

Asturias sustenta su turismo y su orgullo regional en un paisaje cada día más deteriorado, que ya se ha convertido en una impresionante bomba de relojería. Nuestra gran riqueza se está transformando en nuestra gran carga. Empezamos a tener una Asturias por encima de nuestras posibilidades. El gigante rural, ya sin paisanos, caminaba abocado a su silenciosa transformación en idílico espacio natural protegido, pero resultó que se despierta enardecido cada ciertos años. Primero llegaron a visitarnos los jabalíes. Después vino el aviso del fuego. ¿Quién no se ha dado cuenta aún de que sigue habiendo mucha Asturias más allá de Parque Principado? Deberíamos hablar de eso.

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