Los chinos todo lo hacen a lo grande: ganar dinero a espuertas o perderlo. Hace unos meses, el por entonces hombre más rico de China, Li Hejun, perdió 15.000 millones de dólares en una fatídica jornada de pánico bursátil sobre el parqué de Shanghai. A los chinos les gusta el juego y ahora juegan a la Bolsa, al todo o nada. De manera que un taxista de Pekín puede hacerse multimillonario con las finanzas y permitirse la extravagancia de adquirir en una subasta en Nueva York, a la puja de 170 millones de dólares, un Modigliani. Hay tantos chinos en el planeta -a partir de ahora más, si prospera la anulación de la política estatal del hijo único- que nos los vamos a encontrar hasta en la sopa de aleta de tiburón. Han comprado Marina D'Or y un buen paquete de acciones del Atlético de Madrid. Cualquier día adquieren el Sporting y la Ciudad de Vacaciones de Perlora. ¡Ah, cómo sueño con un derbi asturiano en Primera División amenizado en el Tartiere por mariachis y una exhibición de tai-chi en El Molinón?!
