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Abogado

¿Quién quema los montes en Asturias?

La importancia de las causas, frente a la autoría

La polémica en torno a la autoría de los incendios forestales reaparece en la escena pública con ocasión de coyunturas y siniestros como los acontecidos en los últimos días en Asturias, ocupando -eso sí, por un tiempo efímero- las primeras páginas de los medios de comunicación, impactando con desigual intensidad en una población cada vez más urbana y despreocupada del medio rural, e instalándose en el debate político en clave de recriminación y cruce de acusaciones estériles entre el correspondiente partido de gobierno y la oposición, sin profundizar en las verdaderas razones que explican el problema, contentándose y justificándose, a la postre, con la demonización pública de los presuntos autores, cometido, por otra parte, reservado a las fuerzas de orden público y a los tribunales de justicia.

El monte asturiano se quema de forma recurrente, y yo diría irremediablemente, como consecuencia de dos factores en presencia desde hace decenas de años: de una parte, la pervivencia en el tiempo de una costumbre ancestral, fuertemente arraigada en el ganadero vecino/usuario del monte, toda vez que siempre ha considerado la quema -con ocasión de los vientos del sur habituales en cortos periodos del invierno astur- como el método más práctico y eficaz para "limpiar" el monte, y que el pasto reaparezca con fuerza en primavera; a ello se une la ausencia absoluta de política alguna dirigida y enfocada al monte en sentido amplio, de tal suerte que se puede afirmar que, en términos generales, ni se planifica, ni se ordenan los usos, ni se cultiva; en definitiva, el monte asturiano jamás ha estado entre las preocupaciones de las administraciones publicas asturianas.

El medio rural asturiano ha sufrido un fortísimo proceso de despoblamiento, y las zonas montañosas de interior de forma más acusada, con abandono de las labores forestales tradicionales, y el incremento de amplias zonas sin aprovechamiento alguno y presencia creciente de zonas de matorral o similar, que una vez seco se convierte en un abundante y peligroso carburante.

El monte asturiano carece de una política enfocada al cultivo de especies forestales de valor, siendo algunas de las variedades de pino (poco apreciado) y el eucalipto en zonas bajas las únicas especies cultivadas, sin perjuicio de la presencia "natural" de especies autóctonas, con carácter casi residual.

¿Por qué no se cultiva con más intensidad el monte asturiano? La respuesta es compleja, pero merece la pena:

-En primer término existe una problemática relacionada con la propiedad y los derechos de uso del monte, bien conocida por muchos (el expresidente Rodríguez-Vigil es un experto en la materia), que no facilita precisamente el aprovechamiento en plenitud.

-El exceso de proteccionismo -resulta paradójico- auspiciado por profesionales del dogmatismo (políticos mal informados y asesorados, profetas del nuevo ideario ecologista, etc.) que han preferido un estado de cosas "en modo natural" antes que aceptar y propiciar políticas de cultivo de especies de valor económico, en modo alguno reñidas con la preservación y la mejora del medio. Se ha preferido, en definitiva, monte bajo al por mayor -hierbas, matorral, etc.- antes que plantaciones de especies ordenadas, con aprovechamientos económicos y aportación al medio.

-Las políticas forestales son muy intensivas en inversiones y con retornos económicos de largo plazo; los ciclos del árbol se demoran en el tiempo, y ello no anima a realizar fuertes desembolsos económicos, ni esfuerzos presupuestarios en este terreno, máxime cuando la rentabilidad política es marginal (las hectáreas y los arboles no votan y el medio rural está cada vez menos poblado).

En definitiva, se impone una concepción del monte como un espacio en el que se pueden y deben hacer compatibles actividades ganaderas, de ocio y de producción forestal de cierta intensidad (aún conocedor de algunas limitaciones inherentes al suelo), y ello, estructurado en torno a un Plan integral a largo plazo (estable) dotado con los recursos económicos necesarios (cuantiosos) que fijaría población y constituiría un auténtico antídoto contra los incendios forestales, al tiempo que revitalizaría grandes espacios, hoy al borde de la desertización. Al monte solo pueden protegerlo aquellos que lo habitan y que tengan intereses en él, y lo pueden hacer, tanto evitando el incendio, como, una vez producido, colaborando activamente en su extinción, pero, para ello, resulta imprescindible que se sientan cómplices y comprometidos con el mismo.

Llamo aquí la atención sobre el movimiento cooperativo forestal, que hace años mostró cierta pujanza, y que al día de hoy permanece estancado, cuando no en recesión -falto de los apoyos institucionales necesarios- como partícipe interesante para abordar las políticas señaladas.

Concluyendo, las causas por las que el monte se quema -importa menos quién lo quema- son bien conocidas y no requieren grandes ni complejas investigaciones. Se queman por la confluencia de los factores que se han expuesto:

a) El abandono de las actividades agro ganaderas, que ha propiciado una sensible disminución de cultivos y pastos, incrementándose de manera notable las manchas de terreno de monte bajo, malezas y matorral.

b) La ausencia de una política forestal orientada al cultivo de especies arbóreas de valor económico, y capaz de armonizar los recursos y los usos del monte.

c) Décadas de proteccionismo mal entendido, desde posturas doctrinarias, favorecedoras de un monte "natural" desvalorizado, sin compromisos del entorno.

d) Prácticas ganaderas ancestrales, basadas en la quema como medio más "eficaz" para la limpia y reproducción del pasto.

El problema es complejo, y abordarlo cuanto antes una urgencia; ello no pasa exclusivamente por más medios en la lucha contra el incendio, ni por la persecución del incendiario (ambos elementos en cualquier caso necesarios), sino por una robusta política forestal al efecto, el compromiso presupuestario y el abandono de planteamientos puramente teóricos, dogmáticos, basados en un conservacionismo mal entendido, que ha coadyuvado a paralizar cualquier política activa, con los resultados que todos podemos observar.

Concluyo afirmando que la autoría de la quema del monte asturiano importa menos que la reflexión sobre las causas, y su corrección inmediata; si no somos capaces de hacerlo, aceptemos de una vez que -más allá de los autores materiales- el monte lo quemamos entre todos.

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