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Su gran noche

Acabáramos. Por fin algo interesante. No las tribulaciones de un presidente humillado, ya tan obvias. Ni la carrera de James Rodriguez a 200 por hora, que ya se sabe que en el deporte hay mucha presión (solo falta que salga el presidente del Real Madrid a decir que James cuenta con su confianza: yo temblaría). Ni siquiera que Christine Lagarde nos diga (¡a estas alturas!) que el año va a ser decepcionante. No. Lo único realmente interesante es que Rajoy ha sido cazado bailando una canción de Raphael. Tal cual: Mi gran noche. (Eso encima) La teleconfianza que nos muestra el lado más humano de los políticos nos ha acostumbrado a no conformarnos con esas interpelaciones acartonadas con las que tan pobremente se ponen pingando en el Congreso. Ahora hay que saber cuándo son simpáticos, cómo bailan, qué música les gusta. Eso se semiotiza. Redondea el perfil. También tiene riesgos, desde luego. Si un candidato se deja filmar en plena Nochevieja bailando una canción de Jimi Hendrix, está haciendo una declaración. Está dando a entender lo que le gusta y lo que no le gusta, está también perdiendo votos. Hagas lo que hagas, arriesgas. Bailar según qué es como escoger ropa para una foto electoral. Por cierto, los carteles de propaganda electoral deberían estar prohibidos por la ley allí donde hay tráfico rodado. ¿Qué pasa si el conductor hace lo que le mandan y allí, en plena rotonda, se pone a reflexionar y a pensar en España y descuida el volante? Vale, un alivio, ya no hay elecciones. (En Cataluña sí, pero ya quedamos en que eso está muy estudiado; los bailes de Rajoy no. Todo llegará).

Puede que haya elecciones en otros sitios, no solo en Cataluña. A la izquierda del socialismo no hay nada, dijo una vez Felipe González. Hasta esa frase crucial cayó en el olvido: qué asombro. Quien quiera ganar las elecciones tiene que retener el espacio más amplio posible del centro político y al mismo tiempo cuidar el flanco sensible. El PSOE se descuidó, y ahora hay otro mapa. Asombra ese descuido porque no es el primer disgusto que tienen. Y ahora se ve lo que va a pasar: recuerdo de los taifas. Pero déjenme volver a la danza de Rajoy: habrá imitaciones. Ahora habrá más gente que quiera que sepamos qué música le gusta. Ese lado humano, esas flaquezas, son irresistibles para quienes padecen la carga de la popularidad. (Decir a quién estás leyendo no es que sea un riesgo; es que puede convertirse en un marrón del quince. Vamos, un campo de minas y perdición de imprudentes). El Real Madrid: qué grillera. Feliz Año.

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