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La palabra que más pudo leerse tras las elecciones del 20 de diciembre en crónicas, informaciones, editoriales, comentarios y análisis fue la de diálogo. La segunda era la de pacto, pero no deja de suponer una coletilla de la anterior. La fragmentación del abanico político en el Congreso de los Diputados obligaba a ponerse de acuerdo. De pronto los pactos se volvieron imprescindibles para poder lograr un Gobierno y, con el fin de lograrlos, todos los partidos políticos proclamaron, incluso de manera enfática, que estaban abiertos al diálogo.

Bien extraños están siendo los pasos que se han dado hasta el momento en busca de las conversaciones y de los acuerdos. Porque en el planteamiento del diálogo la expresión que más ha abundado es ahora la de las líneas rojas que, según se ve, esgrimen todos los grupos como punto de partida inexcusable.

Con la particularidad añadida de que esas condiciones previas a las que no está dispuesto a renunciar nadie son el reflejo exacto de las líneas rojas del interlocutor pero en el sentido opuesto. Por comenzar con aquellos partidos que más exigían el diálogo antes y después de las elecciones, los de la izquierda, nos encontramos con que la principal línea roja la constituye el referéndum soberanista en Cataluña. Pero esgrimiendo su realización desde Podemos y su olvido desde el Partido Socialista. Me pregunto qué entenderán por diálogo quienes exigen como inicio una cosa y la contraria.

No estamos con que el acuerdo sea imposible; lo que se convierte en inviable es la puesta en marcha de las negociaciones con un planteamiento así.

Como por parte tanto de socialistas como de podemeros queda descartado de antemano el pactar con el Partido Popular, estamos ya muy cerca de aquellos diálogos de besugos con los que nos hacían reír desde la revista "La Codorniz" en tiempos -los del franquismo- en que las risas no abundaban. Con los diálogos de besugos sucedía lo mismo: que cada interlocutor iba a lo suyo sin que hubiese ni la más mínima coincidencia en nada. Bienvenida sea la supuesta cultura del pacto que dicen que ha nacido con los resultados electorales.

En el otro escenario de los pactos, el del Govern de la Generalitat catalana, ha sucedido lo mismo; la línea roja era en este caso la investidura del presidente con Artur Mas como candidato obligado por parte de la coalición entre Convergència y Esquerra, y como opción inaceptable de acuerdo con la decisión primera y última de la CUP tras el paréntesis bufo del empate. Así, las líneas rojas impiden que el diálogo siquiera comience y se traducen en la necesidad de nuevas elecciones. Quizá fuese bueno que los ciudadanos, a la hora de llenarles los oídos con la necesidad de lograr acuerdos, supiesen que éstos cuentan con unas exigencias previas que los convierten en inviables. Con lo que, sabiendo de antemano que los pactos no llegarán, sería cosa de que comenzásemos a pensar acerca de a quién le damos el voto.

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