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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Noche de luna llena

Conversaciones en torno al 20-D y la actualidad más variada

Este año las amigas del club de Las Inocencias decidieron no reunirse para cenar el veintiocho de diciembre, festividad de los Santos Inocentes Y el motivo del cambio de fecha del sarao fue considerar que resultaría más ameno y animado adelantarlo al día siguiente de las elecciones, porque habría mucho que rajar ese lunes, de luna llena además, como puntualizó Castorina Arnaute, divorciada de un meteorólogo que, cuando se fue de casa, le dejó como recuerdo un telescopio que ella ya no usaba por causa de la salvaje contaminación que le impedía ver la Osa Mayor y ni siquiera Alioth, la estrella más brillante de esa constelación.

Así que, a la hora nona de ese día, como indicó Luscinda, que desde niña era redicha, se encontraron en el restaurante elegido.

Nada más que estuvieron sentadas a la mesa, comenzaron a hablar de banalidades, como el calor anormal persistente, el tráfico infernal, el precio de los percebes, la iluminación de las calles, muy verbenera. Entonces Marilís Ruiz, no Ruin, como acaso la apellidara el trabalengüero de MRB, les pidió que levantaran sus copas para brindar por el proximísimo año nuevo y apuraran su contenido hasta las heces, lo que provocó que Rosi Babazón hiciera una mueca de asco y susurrara de modo audible que no le gustaba oír cochinadas coprófilas. Marilís soltó una carcajada de hiena y le explicó, en plan doctoral, que heces en ese contexto significaba la última gota o residuo de vino o de cerveza o de cualquier bebida y que, por tanto, en ese caso, tal palabra no tenía ninguna connotación con "copro" que en griego significaba excremento.

Justo a continuación, Marilís recibió un mensaje de las hermanas Pis, a las que ninguna había echado de menos, porque eran proverbialmente impuntuales. Decían que se demorarían por un asunto que no querían comunicar más que en persona. Todas comenzaron a elucubrar acerca de qué sería eso tan especial y misterioso a que se referían y que no se atrevían a wasapear. Después continuaron hablando de trivialidades como de la decoración de las paredes del comedor a base de platos de porcelana y de plata, entre los que destacaban escudillas españolas antiguas que demostraban con su pequeño tamaño, como explicó Melina Pombal, que los españoles de siglos atrás comían con mesura. Aquello lo aprovechó con agilidad de gata cazarratones Brenda Gusano que acababa de cambiar su apellido por el de Tusano -de lo que se habían burlado y reído las dos Pis, que se tomaban también a risa las rechiflas sobre el suyo, un topónimo del oriente de Asturias-, utilizando las palabras de Melina como piedra para usar el gomero que llevaba oculto en la boca. Así que aseveró en tono colérico que los españoles de épocas pasadas comían poco porque los privilegiados se lo zampaban casi todo, como en el presente, en el que deambulaban, por plazas y calles y caminos, famélicos, anémicos, desnutridos que no tenían nada de nada, ni perro ni flauta. Y la pedrada la sintió en los dientes Goyita Mur, votante vergonzante del PP, quien le replicó a Brenda que aquello de los pobres de solemnidad era leyenda urbana o campesina, le daba lo mismo y, huy, huy, la que se armó en un segundo, al tiempo que entraban con los aperitivos y entrantes dos camareras ojerosas y aspecto de agotadas, aunque trataban de esforzarse en sonreír. Nada más que se fueron, Cecilia Barca, apodada la cartaginesa por su apellido púnico, comentó que aquellas dos mujeres eran la encarnación de algo tan monstruoso, terrible, repugnante, odioso -su tono se infló de rabia e indignación- bárbaro e intolerable como explotar a las personas igual que si fueran máquinas, algo que sufrían millones de ellas, siendo las trabajadoras y empleados del ramo de hostelería las más estrujadas por su patronal. Cecilia, al final, tenía los ojos llorosos y Magú le ofreció un klínex, con el que se secó las lágrimas y se sonó con toda delicadeza, sin el mínimo ruido, y Parrula Grelos que, cuando le preguntaban si era gallega, respondía que no, que sueva, le dio un beso de consuelo. Eleuteria entonces, sin importarle que entraran las camareras a recoger platos y servir el bacalao con nata a la portuguesa dijo que estaba hasta los ovarios y los pezones de no hablar de lo que importaba: el espectáculo de las elecciones y la penosa pugna por pillar "cachu" y poder gastarse miles de euros en manzanas para regalar a los suyos, como la valenciana del bolso, que se gastó millardos en naranjeles obsequiando a su gente. Respecto de esa función cuatrienal, que algunos querrían repetir ya, como si fuera un fasto gracioso, gratis, siendo carisísimo, a ella le hubiera gustado arrancarles la lengua a los políticos que decían machaconamente eso de la línea roja que no se puede pisar ni sobrepasar, que la enfermaba; en cuanto a los prolegómenos de esa función, lo del puñetazo de Rajoy había sido un buñuelo de verdad y mentiras. Eme Erre tenía que conocer y reconocer al agresor, a no ser que los guardias de seguridad fuesen místicos y estuvieran ensimismados en unión íntima con la divinidad y no vieran que un extraño se acercaba al presidente. Mariano Rajoy y el chaval no era la primera vez que se veían. Y otra fabulación interesada había sido la de que ese joven era de extrema izquierda, porque esas acciones eran propias de esa gentuza. Aquí las agresiones sonadas de ese cariz habían sido las del señor de las abejas, cuando le pegó una leche al político Boyer y las del político Gil y Gil a troche y moche, y a nadie se le ocurrió pensar que fueran criptoextremistas izquierdistas. El chaval pontevedrés tampoco lo era. Los anarquistas y radicales no eran forofos del fútbol, que juzgaban enajenante.

Así terminó Brenda Tusano. Goyita Mur era una pepera fiel, pero no talibana, y no dijo nada. Tampoco hubo comentarios.

El silencio quedó roto por la llegada de las Pis, muy excitadas. Venían de la comisaría. Habían agredido a un desconocido que había entrado en el ascensor un par de pisos más abajo del suyo; un hombre de apariencia normal que les dio las buenas noches e inesperadamente les mostró su pene, profiriendo obscenidades. Se miraron y empezaron a darle bolsazos, mientras él las llamaba a gritos putas cabronas. Algunos vecinos oyeron el alboroto y en el portal retuvieron al exhibicionista. La policía llegó al periquete y se lo llevaron con un ojo a la virulé, sangrando por las narices y furibundo por oírles a ambas llamar churro a lo que había sacado de la bragueta; y ellas, en otro coche, fueron a declarar lo ocurrido y a hacer la denuncia.

Todas aplaudieron y cantaron el Himno de las Inocencias.

"Somos las Inocencias, singular hermandad. Somos muy diferentes. Pero ninguna es más, ni tampoco menos, sino todas igual. Combatimos el machismo y por la libertad. Somos hetero, lesbianas, bisexuales, qué más da. Nos respetamos y amamos. No somos secta ni clan. Brazos y puertas abrimos, a ti y a ti y demás. Vamos creciendo despacio, sin prisas, sin ansiedad. Lentamente, con paciencia, como se hace el buen pan".

Y todas convinieron en que aquella noche de lunes de luna llena iba a ser memorable para todas.

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