La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una bomba atómica por Reyes

El rey norcoreano Kim Jong-un, de los Kim de toda la vida, hizo detonar el otro día una bomba de hidrógeno que le habían dejado los Reyes: y allá que lo han puesto a caer de un burro en el Consejo de Seguridad de la ONU. Hasta los chinos, que son sus primitos, se han sumado al rapapolvo que le propinó el vecindario internacional, un poco harto ya de la conducta del rapaz. Este chico es la bomba.

Los niños son como son: y algunos aún peores. Al chaval de Corea del Norte lo tenían muy mal enseñado su padre y su abuelo, que también solían entretenerse con los misiles atómicos, como quien juega con trenes eléctricos. El propio padre de la criatura, Kim Jong-il, había hecho temblar ya al mundo hace diez años, cuando detonó su propia bomba nuclear. Poco antes había ordenado el lanzamiento de una traca de misiles -sin carga explosiva- en aguas próximas a Japón, país que por obvias razones históricas es particularmente sensible a estos fuegos artificiales basados en la deflagración del átomo.

Lógicamente, los japoneses y los coreanos del Sur han recibido con sobresalto el nuevo petardazo de su ruidoso vecino. El joven Kim Jong-un, aficionado a los Ferraris y a la juguetería atómica, acaba de demostrar que los miembros de esa curiosa dinastía marxista-leninista heredan no sólo el trono, sino también las costumbres de sus papás.

Quizá para consolarse, los servicios secretos americanos y los de la Corea meridional sugieren que el niño déspota se ha limitado a tirarse un farol y no una bomba, pero estas cosas nunca se acaban de saber del todo. La coincidencia con el día de Reyes, en el que los niños insisten en estrenar sus juguetes, invita a pensar que Kim estaba jugando, lo que daría cierto grado de veracidad a la noticia.

El "brillante comandante", Kim Jong-un, hijo del "amado líder" Kim Jong-il y nieto del "presidente eterno" Kim Il-sung, es un monarca tan clásico que hasta padece la enfermedad de la gota. Por no hablar de las maneras medievales que exhibe.

Hace cosa de un año, por ejemplo, ordenó que se cañonease a su ministro de Defensa, bajo la acusación de llevarle la contraria y quedarse dormido en un desfile. El soñoliento general apenas tuvo tiempo de despertar antes de ser ejecutado por el disparo de un cañón antiaéreo.

Aunque algo llamativos, estos hechos forman parte de la vida ordinaria en Corea del Norte. Desde que asumió el poder hace menos de cuatro años, el travieso Kim Jong-un ha pasado por las armas a más de setenta altos cargos de su régimen. De su afición a las purgas, imparcialmente inspirada por sus mayores y por el padrecito Stalin, da fe el hecho de que no vacilase siquiera en ordenar el fusilamiento de un tío suyo que al parecer era algo manirroto con el dinero.

No está precisamente para tirar cohetes la hambreada Corea del Norte, pero a ver quién le quita a un niño la ilusión de estrenar sus juguetes. El régimen monárquico norcoreano es, de hecho, el único del mundo que sigue realizando pruebas nucleares desde el comienzo de este siglo.

Juguetón como cualquier otro chaval, Kim Jong-un se ha limitado a probar cómo funcionaba la última bomba atómica que le dejaron los Reyes, que en este caso eran efectivamente los padres. Y aunque le haya caído una buena bronca en la ONU, no es probable que vaya a cambiar sus explosivos hábitos de juego. Acongoja un poco saber que el mundo está en manos de gente como Kim.

Compartir el artículo

stats