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El interesado sacrificio de Mas

El proceso secesionista catalán, que el sábado por la mañana tenía los días contados, cobró nueva vida por la tarde gracias al sacrificio de Artur Mas de renunciar a seguir siendo presidente de la Generalitat. Con ello, el líder de Convergència (CDC) asume del todo su vocación de mártir de la independencia y ve revigorizado su perfil de cara al futuro: cuando los demás fracasen, él podrá presentarse como el político generoso, patriota donde los haya, que aceptó echarse a un lado para que el "procés" siguiera adelante.

La renuncia de Mas es la constatación de un fracaso; mejor dicho, de dos, pues ni el 27-S se alcanzó mayoría suficiente para la independencia ni los partidos de la órbita secesionista han sido capaces de ponerse de acuerdo para elegir president sin violentar la voluntad de los electores catalanes.

Dos de los diez diputados que tiene la CUP serán absorbidos por el Grupo de Junts pel Sí (JxS) para garantizar la estabilidad parlamentaria del nuevo Govern y los otros ocho no podrán votar nunca con el resto de los grupos de la Cámara si ello pone en riesgo al Ejecutivo de Carles Puigdemont.

Pero Mas consigue algo más. Aparte de dejar intactas para lo venidero sus potencialidades como president -de la República o de lo que sea- y de tutelar en la sombra la acción de gobierno de su valido, el alcalde de Gerona, evitándose, de paso, todos los conflictos con la ley que acarreará a Puigdemont el cumplimiento de la hoja de ruta secesionista -independencia en dieciocho meses-, trastoca por completo los plazos de formación del nuevo Ejecutivo de Madrid y pincha con punzante crueldad las ambiciosas carnes de Pedro Sánchez, el líder del partido que tiene en sus manos la posibilidad de que Rajoy repita en la Moncloa, y al que tienta con pasión de bisoño estadista la formación de una "alternativa" de izquierdas al "indecente" líder del PP.

Un día después de aparecer ante los catalanes como el único triunfador del esperpéntico fracaso en que se ha convertido la política del "seny" bajo su mandato -otra que se las promete felices es ERC, que no se "transfuguiza" como la CUP y además copará importantes puestos en el Govern, ahora que el compromiso con la independencia no tiene vuelta atrás-, Mas incita a Sánchez a ir contra la baronesa andaluza y negociar a las claras un pacto con Podemos e IU, ofreciéndole, sibilino, el concurso de los ocho diputados de Democràcia i Llibertat (DiL), la marca con la que CDC concurrió a las generales del pasado 20 de diciembre, para evitar un Gobierno de PP, Ciudadanos y el PSOE, que es la suma que invita a hacer -él lo sabe muy bien- el nuevo brío que ha cobrado el proceso de ruptura con España gracias a su renuncia.

De esta forma, Mas, renunciante y todo, aspira a ganar territorio exportando a Madrid su conocida política de destrozos, en cuya trituradora ya cayeron antes el PSC, la extinta federación nacionalista CiU y la CUP. El político que divide todo lo que toca tiene puesta ahora su mira en el PSOE y va a obligar a Sánchez a retratarse. Y a poco que lo tienten, el secretario general socialista -hombre con una misión, ¡qué peligro!- revolverá de nuevo el gallinero de su partido, que ya lleva demasiados años mostrando sus vergüenzas en público como para recatarse en aras de la probidad.

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