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Cien líneas

Misterios

Decía Schopenhauer que "el emblema que ha de presidir la universidad hegeliana de filosofía debería ser un calamar soltando una nube de oscuridad a su alrededor para que nadie le vea, con la leyenda mea calígine tutus" o sea, fortalecido por mi propia oscuridad. La verdad es que a Hegel no hay quien demonios lo entienda y la sospecha de que esa impenetrabilidad es buscada asalta inmediatamente. El siguiente paso, sin embargo, apenas se da: es ininteligible porque no sabe lo que dice. La complejidad académica sencillamente disfraza una cabeza vacía.

Lo dicho vale para el pensador alemán, para otros muchos y no digamos la actual ola filosófica que no hay forma de diferenciar de la autoayuda.

El mundo que nos rodea es, asimismo, completamente ininteligible. No sabemos cómo en Cataluña todo cambió en solo unas horas. Es imposible entender que la gente de Nóos se lanzase por la pendiente de la corrupción a la vista de cualquiera. Ni tiene explicación que Fernández Pilla se vaya de rositas. Solo recurriendo a la existencia de super poderes cuadran los enigmas pero a cambio del morbo conspiranoico.

A estas alturas el misterio más profundo es cómo todos los sabios, inversores y empresarios creyeron que China, una dictadura comunista, era la repera limonera y para seguir. Hace ya un montón de años escribí en estas líneas que, al igual que la URSS, sería autodevorada por sus contradicciones. Más de un experto me llamó para, cordialmente, ponerme verde. Ahí está el resultado, cantado desde el primer minuto. ¿Y el misterio? La avaricia lo explica.

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