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Sol y sombra

El sainete nacional

Alejada de la dramaturgia que requerirían las actuales circunstancias del país, la política nacional, por llamarlo de alguna manera, se mueve en la curiosa dicotomía de la anécdota y la reacción escandalizada. Se trata de una versión actualizada del épater le bourgeois. Un asunto muy viejo.

La diputada que lleva su hijo de seis meses al Congreso con el fin de llamar la atención consigue el efecto deseado multiplicado por diez. El de las rastas obtiene como respuesta de otra compañera de hemiciclo la invitación a despiojarse. En fin. Todo esto se podría evitar con unas normas de protocolo en la Cámara baja que no existen, por ejemplo, como en Italia donde los grillini juraron de traje y algunos diputados de la Liga Norte fueron apremiados en 1992 por un ujier a entrar en Montecitorio, sede del Congreso, con corbata. Una cosa es pretender asaltar el Palacio de Invierno en bici, y otra, cierto decoro acorde con el lugar.

Vivimos de la anécdota, en cierta medida porque no hay normas claras. Naturalmente, este pequeño circo de la euforia, la emotividad y la pose forma parte del sainete nacional y no es fácil cambiarlo de un día para otro. El problema es que de la gestualidad política, de la ceremonia caníbal y el tacticismo sectario nos empeñemos en extraer otras conclusiones: situar el plano personal y el público en un mismo escalón de modo pretencioso, como al parecer intenta Bescansa, o llevar la política y la farándula a un mismo nivel en plan tonificante o refrescante. Incluir a un bebé en la conciliación familiar/laboral de un hemiciclo o que la cajera de una gran superficie crea que el bienestar consiste en poder llevarlo con ella al trabajo forman parte de una evolución humana que seguramente me he perdido. Y, confieso, no me importa.

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