El hecho de que Carolina Bescansa llevara a su bebé a la sesión constitutiva del Congreso ha disparado interesantes comentarios por parte de feminismo tóxico, al que distinguimos de un feminismo más cabal, aunque minoritario. El feminismo tóxico dice, por ejemplo: "Es que el ritmo laboral es incompatible con la crianza de los hijos". Será al revés, ya que damos por sentado que la lactancia es actividad previa al nacimiento del Capitalismo, pero dejamos al lector que saque las consecuencias. Otra afirmación: "Estas tareas siguen recayendo mayoritariamente sobre las mujeres". Hombre, mire usted, es que hablamos precisamente de la lactancia y ningún laboratorio farmaceútico ha inventado todavía unas glándulas mamarias que temporalmente se le acoplen al pecho del varón. Probablemente tendrían una gran repercusión, ya que, gracias a los expertos que recomiendan la lactancia hasta los cinco,seis o más años, los hombres, previa legislación al respecto, podrían solicitar extensísimos permisos laborales de libranza. Pero hablemos más en serio: Bescansa tuvo su bebé y lo llevó a la empresa en la que trabaja, el Congreso. Por ello ni le ha pasado ni le pasará absolutamente nada, aún cuando se ha montado un gran folclore nacional. Pero la realidad es otra. Incalculable número de mujeres en edad de traer hijos al mundo habrán escuchado insinuaciones o incluso amenazas por parte de sus jefes acerca de que quedarse embarazadas supondría un gran problema para la marcha de la empresa y para su carrera. Y muchas de ellas, una vez nacida la criatura, habrán visto disminuidos sus niveles laborales y sólo habrán encontrado un liviano escudo en que no pueden ser despedidas durante el período de reducción de jornada que hayan solicitado. Esta es la realidad sin mayor necesidad de preámbulos ni de razonamientos feministas. Y esto es lo que ese feminismo tóxico de laboratorio y de gabinete no ha tenido a bien contemplar como tarea esencial de su aburrida y repetitiva actividad social.
