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De aquí a Lima

A tientas por "ahorricidio" energético

El apagado navideño lleva la penumbra a las calles, a tono con las farolas desconectadas de enlaces y rotondas, víctimas de la falta de ingenio político

Dos de cada diez muertos en accidente de tráfico pierden la vida en choques o atropellos que tienen lugar por la noche en calles y/o carreteras con iluminación deficiente. La falta de luz en carreteras y calles, especialmente en los puntos de enlace o intersección, eleva el riesgo de accidentes un 30 por ciento. Son unos datos de Automovilistas Europeos Asociados y la Asociación Española de la Carretera que ratifica, sin porcentajes, el sentido común: a menor luz, mayor riesgo.

La normativa que rige los niveles de iluminación de alumbrado público, tanto en carreteras como en vías urbanas, viene determinada por el Real Decreto de 14 de noviembre de 2008 del Ministerio de Industria, aprobado cuando la cartera la empuñaba Miguel Sebastián -última legislatura de Zapatero- y la crisis comenzaba a oscurecer el planeta. Aquella norma, la 1890/2008, dio luz verde al "Reglamento de eficiencia energética en las instalaciones de alumbrado exterior", y también a sus siete instrucciones técnicas adicionales, que descienden al detalle en cada tipo de vía.

El nombre y la fecha de aprobación del reglamento desvelaban sus objetivos: uno decía eficiencia energética y la otra musitaba (aquel gobierno entonces prohibía mentar la bicha en público) crisis económica. El caso es que con la depresión llegaron los apagones. Las distintas administraciones comenzaron a desenroscar bombillas para quitarlas o cambiarlas por otras de bajo consumo -y menor intensidad- hasta obligar al ciudadano a buscar casi la cerradura del portal a tientas (sin estar ebrio) o a atinar con la salida de una autopista a ráfaga limpia, y cagamento vivo del conductor precedente.

Epicuro ordenaba los placeres en naturales y no naturales, necesarios e innecesarios. Lo hacía en función del dolor o la ausencia de éste que provocaban. Así, administraba entre los placeres naturales el sexo o la comida, prescindibles solo si causan aflicción. Y entre los no naturales situaba las opulencias exteriores, aquellas irrelevantes para la supervivencia personal. Los lujos innecesarios, vaya.

La década pasada, la iluminación pública se levantó placer-natural-necesario y se acostó irrelevante-para-sobrevivir. Y así, los mismos dirigentes que antes plantaban y prendían luminarias como enhiestos símbolos de prosperidad y ventura y peroraban a la luz de las estrenadas luminiscencias "mayor seguridad", "modernidad" o "servicio público ejemplar", apenas rasgaban años más tarde la oscuridad de sus territorios con luces tenues o farolas desdentadas. Para justificar el cambio, a él lo llamaron "ahorro" y a ella "eficiencia", y los apellidaron energético/a, según el caso.

La modernización de los sistemas de alumbrado en ciudades y carreteras es, desde hace más de diez años, uno de los principales retos para la Unión Europea. El alumbrado público consume hoy el 14 por ciento de toda la electricidad del continente y se debe, en su mayoría, a tecnología obsoleta, ineficiente y contaminante. El objetivo comunitario es lograr, con la retirada progresiva de las lámparas incandescentes, un ahorro anual de 40.000 millones de kilovatios hora y una reducción de 15 millones de toneladas de CO2 al año, a partir de 2020. La Comisión Europea ha aprobado desde 2005 una miríada de comunicaciones, reglamentos delegados, planes y directivas sobre eficiencia energética, pero ninguno de esos documentos habla de reducir la luminosidad de vías y calles.

En el inicio de la crisis las distintas administraciones públicas actuaron con mayor o menor prontitud y diligencia persiguiendo el ahorro de la mano de la eficiencia. Y había razones para hacerlo. Urgían medidas de austeridad en el gasto público, y en algunos casos -el más claro es Oviedo- era tan obvio como innecesario el despilfarro lumínico. Pero con el paso del tiempo pocos, muy pocos, supieron hacer de la oportunidad virtud y a algunos, como a Siero, directamente se les fue la mano.

Entre 2012 y 2013, y con una maniobra administrativa puesta en duda por poco ortodoxa (un fraccionamiento de pagos llevado a la Fiscalía por Manos Limpias) el Ayuntamiento (Foro) gastó 200.000 euros en cambiar las luminarias existentes por otras de bajo consumo y menor luminosidad. Desde entonces la capital está jalonada de zonas de tiniebla tanto en las calles menos comerciales como en las del centro urbano cuando tiendas y bares se apagan y la luz privada deja de contribuir al alumbrado público.

Tras semanas de falsa refulgencia, el apagado de las luces navideñas ha devuelto la penumbra a unas calles que sintonizan de nuevo con las farolas que siguieron apagadas, por ejemplo, en los enlaces de la autovía a Oviedo, en su entronque con la Minera, en la rotonda de Argüelles o El Berrón. El citado Reglamento permite mantener a oscuras los enlaces con una intensidad media diaria de tráfico inferior a 80.000 vehículos, o 60.000 si el promedio de días con lluvia en la zona es superior a 120 al año. El caso es que en autovías, accesos, intersecciones y rotondas de la comarca hay decenas de farolas instaladas que o se apagaron hace años o nunca se han encendido.

Hace poco tiempo un ex compañero de estudios en Salamanca pasó por La Pola, a la que no había vuelto en ocho o diez años. Lo primero que me dijo fue: oye, en tu pueblo por la noche no se ve ni para escupir. Le discutí lo de pueblo.

Pero ni la Pola es la única localidad ni Siero el único concejo en el que esto sucede, ni mucho menos, aunque es un ejemplo de ausencia de ingenio político, hasta la fecha, para compaginar eficiencia y visibilidad. Y seguro que cumple escrupulosamente con los mínimos de luminancia que establece el Reglamento, pero tal vez por ausencia de pericia, en algunos lugares como este el ahorro energético se ha convertido en "ahorricidio" porque la tiniebla resuelve un problema, pero genera otro/s (incremento de la inseguridad ciudadana y de la peligrosidad vial, por citar solo dos).

El progreso ya ofrece soluciones. La tecnología led, por ejemplo, permite una mayor eficiencia con más potencia de luz. Consigue un 30 por ciento menos de consumo que las lámparas fluorescentes y hasta un 90 por ciento menos que las incandescentes. Puede que sea aún un producto caro y por eso exige una planificación económica que permita recuperar la inversión y disfrutar del ahorro en el medio plazo.

No es una quimera. Lo vienen haciendo desde 2012 algunas de las principales ciudades del planeta, y en Asturias lo hará, por ejemplo, Avilés. El lunes anunció que sustituirá por tecnología led todas las bombillas convencionales de la ciudad. Pero es que antes había hecho los deberes. Fue el primer ayuntamiento y aún es la única administración pública española que compra directamente su energía en el mercado mayorista de electricidad. Cada día participa en la subasta con grandes consumidores. Así ahorra 120.000 euros al año, lo que le permitió, primero, reencender hace más de un año todo el alumbrado público y, ahora, adquirir tecnología led.

En la Pola ha de ser cosa de la fortuna o de los ángeles de la guarda que no haya habido que lamentar alguna desgracia nocturna (y en invierno es de noche a las seis de la tarde) en un paso de peatones como, por ejemplo, el ubicado en la esquina del parque Alfonso X (sinónimo de niños), donde confluyen Hermanos Felgueroso y Florencio Rodríguez, frente a la antigua Casa de Cultura. Allí la oscuridad se traga a quien lo cruza.

Recordemos el comienzo: de cada diez muertos en accidente de tráfico, dos pierden la vida en zonas de iluminación deficiente. Sobre la base de una cuarteta de Chicho Sánchez Ferlosio, Jorge Drexler escribió en una de las décimas de su Milonga del moro judío que no hay una piedra en el mundo que valga lo que una vida. Tampoco una bombilla. Por cara que sea.

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