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Gobiernos para no aburrirse

Hartos de que los administre un monótono registrador de la propiedad y sus ministros contables, los españoles podrían encontrarse de aquí a poco con un Gobierno multicolor de esos que no toleran el tedio. Contra lo que sostenía Churchill con su parábola del lechero en la madrugada, la democracia no tiene por qué ser aburrida.

Otra cosa tal vez no, pero la diversión parece al menos garantizada si prospera la alianza entre los socialdemócratas de Pedro Sánchez y el batiburrillo de partidos que lidera Pablo Iglesias, con el apoyo tácito de algún grupo nacionalista.

De momento, Iglesias le ha comunicado al Rey, que no es mago, su intención de pedirle una vicepresidencia a Sánchez en trueque de los votos que convertirían en primer ministro al líder del PSOE. Y este bate palmas de contento, como es natural. Los más aprensivos han recibido con disgusto la noticia de ese probable pacto, en la creencia de que un gobierno tan pluripartidista y plurinacional podría convertirse en una especie de gallinero. Poner de acuerdo a más de dos españoles, dicen, es tarea siempre ardua y a veces imposible, por lo que resulta fácil imaginar la dificultad que tendría un Consejo de Ministros apoyado por seis o siete formaciones para elaborar un simple decreto.

Craso error. Nadie ignora que el poder -con sus regalías y cargos adjuntos- es un pegamento lo bastante robusto como para soldar las fisuras que pudiera haber entre las distintas partes contratantes. La política, esa civilizada variante de la guerra, consiste a fin de cuentas en la conquista del Estado para el posterior reparto del botín. Y aunque esta última tarea resulte más fácil cuando se trata de un solo partido, nada impide que los miembros de una coalición lleguen a un acuerdo que los deje más o menos satisfechos a todos.

Estéticamente, el nuevo Gobierno no ofrecería sino ventajas. Un presidente joven, guapo y hábil en la repetición de eslóganes se disputaría las cámaras -del Congreso y, sobre todo, de la tele- con un vicepresidente de aspecto tan atípico para los usos de Europa como Pablo Iglesias. Parte de los ministros, por mera razón de cuota, pertenecerían también a Podemos o a sus alianzas territoriales, lo que previsiblemente garantizaría un cierto grado de originalidad en la indumentaria.

Al menos por unos meses, y mientras durase la novedad, no se hablaría de otra cosa que de España en las cancillerías europeas. Más o menos eso es lo que ocurrió en Grecia tras irrumpir en el escenario el pinturero ministro Varufakis, secundado por el primer ministro Tsipras al que sus colegas del resto de la UE no paraban de ofrecerle corbatas.

Los temerosos de que aquí pueda repetirse lo sucedido en Atenas exageran sus miedos, más allá de la anecdótica cuestión de la vestimenta. Tsipras, que sigue al mando en Grecia, afronta estos días las protestas de su población contra los recortes de prestaciones y las subidas de impuestos que el gobierno de izquierdas está aplicando por orden de la UE. Ninguna razón hay para pensar que la situación fuese diferente en el caso, ya verosímil, de que un frente de izquierdas parecido a Syriza se hiciese con el poder en España.

Basta ver la calma con la que la UE, el FMI y la prima del señor Riesgo se están tomando el monumental lío político de aquí. Quizá saben por experiencia que aunque todo cambie, todo va a seguir igual. Salvo que será más divertido.

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