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Francisco Bastida

Catedrático de Derecho Constitucional

Francisco J. Bastida

Juego de cronos

Capítulo I: La investidura puede esperar

Llama la atención la celeridad con la que se producen los acontecimientos estando en punto muerto. La física tiene en la política un vasto campo de estudio. El juego político con el tiempo de la investidura no es de ahora. Esperanza Aguirre lo sabe bien tras la compra de dos diputados regionales y el transcurso inane de dos meses para provocar nuevas elecciones en la Comunidad de Madrid.

Todos dicen que no hay tiempo que perder, pero se toman su tiempo y el del contrincante para ver quién cae primero. La declinación de Rajoy de ser candidato es comprensible, porque el debate al que se vería sometido sería el de una moción de censura sobrevenida y esta vez, en minoría y sin necesidad de contar la oposición con un candidato alternativo, la perdería tras una lapidación inmisericorde. Lo que sobran son piedras tras cuatro años intensivos de explotación gubernamental de una cantera que ha producido soberbia, corrupción, empobrecimiento, caída de los servicios públicos, independentismo creciente, etc. Lo sorprendente es que Rajoy haya tenido estos días su agenda libre, sin siquiera simular que propone algo para que los demás rechacen su ofrecimiento. Todo lo fía a que, llegado el momento y ante el vértigo de nuevas elecciones, el PSOE se avenga a un acuerdo con el PP. Lo que ignora es que el precio mínimo de ese hipotético acuerdo sería su cabeza y para ello contaría el PSOE con el apoyo indisimulado de no pocos dirigentes del PP.

Pedro Sánchez dice que hay que respetar los tiempos. Quizá su estrategia residía en convertirse tras una fallida investidura de Rajoy en el único candidato viable para resolver el sudoku de formar gobierno. Sin embargo, Rajoy no está ni se le espera y Pablo Iglesias ya desbarató el pasado viernes sus planes con una propuesta envenenada en su forma y en su contenido. Ahora sabemos para qué quería el líder de Podemos aquel bolígrafo que sostenía en el debate electoral. Para empezar a rellenarle el sudoku a Pedro Sánchez. Sólo un genio o un optimista inician un sudoku con bolígrafo, pero también lo hace quien quiere amargarle a otro el placer de comenzar pacientemente el juego. Este es el caso de Pablo Iglesias.

Con bolígrafo cargado de tinta de calamar ha puesto números mirando al público, como si de un concurso televisivo se tratase, jactándose de la faena y con desprecio hacia el que es búnker y casta y, a la vez, pardillo al que se le echa una mano para que no lo devoren los suyos.

El sudoku así planteado no tiene solución, pero colocar números y nombres de ministerios sirve para dar a entender que si no se resuelve no es porque Podemos no lo haya intentado. Sánchez acabará haciendo lo mismo que Rajoy y Pablo Iglesias le pedirá al Rey que le proponga a él como candidato, que no declinaría la oferta. No obtendría la confianza del Congreso de los Diputados, pero saldría investido como presidenciable ante las cámaras de televisión en unas posibles elecciones anticipadas frente al búnker, que para entonces seguramente ya habría cambiado sus cabezas de cartel. Sería el pistoletazo de salida, aunque para ello tendrían que pasar dos meses de tiempo muerto desde esa primera votación. Para entonces, a un paso del precipicio electoral, quizá PP y PSOE vean la necesidad de pactar. Será la única manera de que Pedro Sánchez salve su cabeza. Cada vez le sienta mejor la corbata; lástima que sea una soga de la que todos tiran.

Difícil de entender este juego de cronos, visto ya en Cataluña, lleno de pausas envueltas en recelos, odio y venganza. El caso es matar, aunque sea el tiempo.

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