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Javier Morán

El Cormorán

Javier Morán

Pasar inadvertido

Suerte que hemos estado preparando a Felioe de Borbón más de cuarenta y cinco años antes de que se aponsentara en trono. Suerte porque el hecho es que sin haber cumplido aún ni dos años como monarca han sobrevenido estos complicados resultados electorales y le ha tocado, por primera vez en la historia reciente de España, iniciar una segunda ronda de consultas con los portavoces de los partidos para resolver un atasco imprevisto por la Constitución y las demás leyes. Es decir, que desde este momento es todo novedoso, desconocido y no sometido a automatismos, ya que entre los limitados poderes constitucionales del rey figura el de proponer un candidato a la presidencia del gobierno, pero hasta el presente la cosa se había venido cumpliendo mediante un mecanismo sencillo y nada comprometido para el monarca, y consistente en que el rey se limitaba a señalar al candidato del partido más votado. Ahora bien, en esta ocasión el calculista y registrador Mariano Rajoy ha dado un paso atrás y ha alegado precisamente que al no presentarse ante el Congreso y ser rechazado no correrá el reloj que en tal caso sí está previsto en la Carta Magna y que pone en marcha un cronómetro de dos meses de tropezones antes de que se convoquen nuevas elecciones generales. Dicho de otro modo, Rajoy ha hecho historia colocando en las espaldas del rey, tal vez, un nivel de responsabilidad desconocido hasta el presente. Vamos a ver, esto es exagerar un poco porque suponemos que a falta del primer partido más votado se irá a por el segundo. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si Felipo VI, gracias a esos cuarenta y seis años de preparación, desde la misma cuna, elaborase un fino razonamiento según el cual no siguiera el procedimiento de guiarse por la estricta parrilla de salida? En tal caso, el Rey no estaría vulnerando la Constitución ni nada semejante, aunque también es cierto que una ley no escrita le recomienda pasar lo más inadvertido posible el cuestiones políticas, pese a Mariano Rajoy y su proverbial arrojo.

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