En su extraordinario "Oráculo Manual", Baltasar Gracián aconseja al hombre prudente hallar el "torcedor" de cada uno. Sería éste el "arte de mover voluntades", consistiendo más "en destreza que en resolución". En este loable intento de animar los espíritus se han embarcado ahora las instituciones comunitarias a través del "Plan de Inversiones para Europa", conocido en "bruselense" (lenguaje que, según Enzenberger, se sitúa a medio camino entre "jerga y jerigonza") como "Plan Juncker".

El Plan parte de una anémica recuperación económica europea que se advierte peligrosamente dependiente de factores temporales, como la caída del precio del petróleo o la baja cotización del euro. Por ello, se busca ajustarla por medio de tres pilares: la mejora del entorno para invertir (con una inquietante referencia a las sempiterna necesidad de "reformas estructurales en los Estados miembros"); el intento de que la financiación llegue a la economía "real"; y, en tercer lugar, en la que parece destinada a ser la estrella del Plan, en la voluntad de movilizar la financiación privada en Europa. Es en este punto donde más afina la "destreza" comunitaria. Habida cuenta de las limitaciones presupuestarias, se busca tranquilizar a los posibles inversores mediante un limitado grado de cobertura pública. De este modo, se podría canalizar la elevada liquidez que existe en el mercado hacia sectores (energía, I+D+i, medio ambiente...) que se estiman de futuro. De este modo, "correspondiendo amistades", 21.000 millones de garantía se convertirían en 315.000 millones de inversión final.

Al margen de su incierto resultado, el esfuerzo comunitario merece una valoración positiva. En primer lugar, tras la frustrante experiencia Barroso, la Comisión Europea adopta una política decidida, alumbrándola en un espacio fragmentado mediante un método, el comunitario, que "eppur si muove". Además, el Plan ha significado una andanada (controlada) sobre el "austericidio merkeliano", en un intento de reconducirlo a unos justos términos que, partiendo de un razonable gasto público, garantice el modelo europeo de bienestar. En los próximos meses las necesidades alemanas (recepción de refugiados) y francesas (seguridad) facilitarán este intento. Algunos países del Sur (entre ellos España) ya han apostado a este alivio futuro mediante unos presupuestos expansivos. Finalmente, el Plan pone de manifiesto que la actuación sobre problemas globales requiere, al menos, un ámbito de dimensión europea. Ésta es la gran fuerza de la Unión en tiempos de tribulación. La opción nacional frente a estas dificultades (que con distintos tonos defiende el Frente Nacional, UKIP o Podemos) es un suicidio que recuerda al chiste sobre las necesidades de defensa danesas durante la Guerra Fría. Era suficiente un funcionario y un teléfono. Su misión sería, en caso de invasión soviética, llamar a Moscú para decir "nos rendimos".

En Asturias, el "Plan Juncker" apenas ha generado debate en la opinión pública. La oposición en la Junta General (PP, Ciudadanos) se ha centrado, casi de manera exclusiva, en conocer la financiación solicitada por el Principado, buscando lo que parece una salva de advertencia en la que asentar futuras críticas. Este enfoque implica empequeñecer las posibilidades del Plan. Y es que debemos aspirar a que su protagonista sea, no la Administración, sino la sociedad asturiana en su conjunto. Es ella quien debe confiar en sus posibilidades solicitando directamente, tal y como permite Bruselas, la financiación comunitaria. Asturias, pese a nuestro secular pesimismo, lidera iniciativas de referencia en Europa que pueden, con apoyo de las administraciones (sirva como ejemplo la ya aprobada "Estrategia de Especialización Inteligente" o las líneas de apoya del IDEPA), complementar en un futuro cercano nuestros sectores económicos tradicionales. Asturias tiene una acreditada capacidad para beneficiarse de este torcedor.