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Millas

Redistribución justa

¿Cuánto miedo hay? No miedo suelto, porque el miedo se agarra como un garfio a las tripas o al corazón. El miedo siempre está atado, como esos perros que se pasan la vida junto a la caseta, recorriendo compulsivamente, de un lado a otro, el metro o metro y medio que da de sí la cadena. Me dijo un veterinario que cuando sueltas a uno de estos animales cautivos, siguen moviéndose igual que si estuvieran amarrados, ahora por una correa invisible. El miedo, decíamos, se somatiza mucho en el aparato digestivo y en el cardiorrespiratorio, de ahí el colon irritable, la hiperventilación y el asma. El miedo se aprecia en los ojos de la gente que recorre las aceras o llena los vagones de metro. Para detectarlo, tú mismo debes padecerlo. A veces, el miedo de tus ojos y el del individuo que va en el asiento de enfrente se encuentran y se produce un rayo mudo, un rayo apagado, cuyo trueno solo se escucha en las oquedades del cuerpo.

Hay mucho miedo atado. Si se pudiera recoger, persona a persona, el miedo de todos los que lo padecen, no habría depósito para guardarlo ni vertedero para desprenderse de él. Si se embotellara y se repartiera entre la población de forma equitativa, en todas las casas habría una bodega de miedo suficiente para dos inviernos de pánico. Y si se pudiera donar, como la sangre, habría colas en los autobuses dedicados a su recolección y en los centros hospitalarios. ¿Pero quién quiere una transfusión de miedo? El miedo está pensado para concentrarse en determinados grupos o clases sociales. El miedo de que el hijo acabe los estudios y no encuentre trabajo. El miedo al ERE (siempre hay alguno en marcha). El miedo a no llegar a fin de mes, al crédito del coche, a la hipoteca de la casa. El miedo a la Bolsa, que se come el plan de pensiones, el miedo a descender de escalón, de categoría, a que el abuelo se muera y nos quedemos sin su pensión. El miedo al desbarajuste, a que haya unas nuevas elecciones, el miedo a Bruselas, a la subida del bonobús, a que se estropee la nevera, a que bajen las temperaturas. El miedo de los niños cuando ven el miedo en el rostro de sus padres. Sean quienes sean los que por fin gobiernen, deberían prometer una redistribución justa del miedo.

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