La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver. De alguna manera, el exceso de transparencia puede resultar tan dañina a la vista como la opacidad: convierte en obligación lo que debería ser discrecional. ¿Por qué los políticos se empeñan de un tiempo a esta parte en redactar leyes de transparencia y en abrir portales de transparencia, de par en par? Simple y llanamente, porque saben que el ciudadano ha perdido la confianza en los gestores del bien común, y en sus acciones. El derecho de la calle a acceder a la información sobre actividades públicas no debería tener que regularse por decreto si las actuaciones de los que mandan estuvieran fuera de toda duda, si no fuera frecuente la venalidad en el ejercicio diario del poder. Transparencia, imparcialidad, igualdad de trato y diligencia habrían de figurar en el ADN de la vida pública. Más que declaración de bienes hace falta declaración sincera de buenas intenciones. Pero, claro, no vivimos en Finlandia...