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Los errores políticos pasan factura

Está claro que muchos españoles de convicciones diversas estrenamos el año en estado si no de alarma al menos de perplejidad por la deriva de la situación política. Y muchos nos preguntamos cómo y por qué ha sido posible la repentina irrupción de inesperados movimientos y, sobre todo, de los llamados antisistema. Lo que ha propiciado también la renovada insolencia de los separatismos catalán y vasco, el brusco abatimiento del deseable bipartidismo y, en suma, el desconcierto general que nos aflige.

Habrá que llegar a la conclusión de que el germen de los males que ahora afloran está en los errores del inmediato pasado que nos pasan factura. Por ejemplo, la infidelidad de la derecha a ciertos postulados irrenunciables de su propio ideario, la corrupción entre gran parte de sus dirigentes, la parálisis oficial ante los avances de los separatismos con sólo reacciones quejumbrosas sin efectividad? Escrito todo esto antes de los encuentros previstos ayer martes de Rajoy y Rivera con el Rey.

Una durísima experiencia en el País Vasco ha enseñado al periodista lo que fue, con beneméritas excepciones, el enfoque timorato de un conflicto artificial que avanzó a base de concesiones y retiradas, que se ha dado cándidamente por resuelto ante la suspensión de crímenes sin entrega de armas, además del acceso real de los radicales a las instituciones, y que vuelve a repuntar en su latente exigencia soberanista al rebufo del alterado momento que nos toca vivir y el mal ejemplo de los catalanistas, frente a cuyos avances nunca pasa nada.

Como infeliz resultado, henos aquí ahora atascados en la fragmentación de la oferta política a los ciudadanos con la irrupción de una serie de jóvenes, fruto de la sociedad del bienestar y por ello ilustrados, intrépidos y sin duda locuaces, pero también inexpertos, obstinados y hasta soberbios por añadidura. ¿Dónde queda la exigible preocupación por el bien común y el espíritu de servicio?

Asistimos, por ejemplo, a la obsesión antidemocrática del candidato socialista en contra del PP, como si este partido fuera una anomalía a suprimir, y también a la suicida intención de pactar con los antisistema para no perder la ocasión de asumir la Presidencia. Mimbres con los que se satisfarán ambiciones personales e intereses de partido, pero que harán imposible gobernar, mantener el estado del bienestar y la irrenunciable unidad de España.

Tiene uno la tentación de pensar que no es casualidad la repentina revelación del aparatoso caso de la corrupción "pepera" en Valencia y en un momento tan delicado como éste. Los populares, que ganaron las elecciones en definitiva, no han contraatacado a estas acusaciones con alegatos a su favor como los oceánicos casos de corrupción socialista en Andalucía, ahora silenciados, ni tampoco en Asturias con los escándalos de Villa, Riopedre y sus respectivas compañías.

En fin, el candidato Sánchez ha conseguido de su partido silenciar a los veteranos dinosaurios y, debidamente asesorado, apelar a un asamblearismo que explota el conocido efecto psicológico de mística de la masa. Y es que sabe que, de perder esta ocasión de aliarse con el diablo, volverá a la misma nada de la que ha salido.

No conviene ser exclusivamente pesimistas. Quisiera creer que algo se nos ocurrirá.

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