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Ojalá fuera ficción

Se llamaba Aurora, pero para ella siempre era de noche, una noche lóbrega, fría, sin luz de luna ni de estrellas. Su gente, con la que vivía y dormía en la calle, la llamaba Lunares, por los tres que, en fila vertical, tenía en la mejilla izquierda. Se marchó de su casa, allá abajo de España, donde Augusto levantó una pequeña Roma para retiro de veteranos legionarios. Se fue porque no soportaba el acoso de su padrastro ni el maltrato de su madre que la culpaba de provocarlo andando medio desnuda. Cuando la acusó de mala hija por destrozarle la vida y comenzó a golpearla, tras haberle contado que él había intentado meterse en su cama, acababa de cumplir dieciocho años y solo sabía fregar y pelar patatas, porque a los quince había empezado a realizar esas tareas en un figón siniestro, a cuyo dueño un empleado de un supermercado le vendía los productos caducados muy baratos. Así que metió en la mochila sus cosas más queridas y, con el dinero que tenía ahorrado en secreto y que le daban dos viejas hermanas, a las que les hacía recados y las ayudaba a asearse, compró un billete para el primer coche que iba a salir de la estación de autobuses, sin importarle su destino, y llegó a Asturias donde, nada más bajarse del autocar, cuando anochecía, le preguntó a una mujer si sabía de alguna pensión barata o de alguien que alquilara habitaciones. Le respondió que ella podría proporcionarle un dormitorio. Le cobraría dos euros diarios si lo compartía con Sisina, su hija de treinta años, aunque era igual que si tuviera tres meses, y más buena que la mayor santa.

Mientras caminaban, la mujer le preguntó si tenía algún contrato de trabajo firmado o sin papeleos, para poder vivir. Hizo un gesto de negación, pensando que la mujer se echaría atrás en cuanto a su oferta; sin embargo le recomendó que pidiera limosna como sus realquilados quienes, si no sacaban pasta para la cama, dormían en el descansillo de la escalera por un euro.

Tengo algo de dinero, dijo Aurora, arrepintiéndose de inmediato, por lo que se apresuró a aclararle que no mucho.

La casa estaba en un edificio centenario con aspecto de ir a desplomarse.

Nada más entrar le llegó una vaharada a podredumbre. La mujer le explicó que se había olvidado de bajar la basura. Y, en lugar de encender la luz, sacó del bolso un encendedor y la llevó a su cuarto. Le mostró un colchón en el suelo, sin almohada y cubierto por una manta grisácea, donde dormiría.

En una cama roncaba ruidosamente una chica con toda la boca abierta.

Ronca, le comentó la mujer, y mucho, pero para dormir no se necesitan silencio ni pastillas, sino sueño. Ahora te enseñaré el servicio por si quieres usarlo.

Era un cuarto de baño diminuto, con una media bañera, un inodoro y un lavabo sin jabón ni toalla, iluminado por la luz que entraba por el ventanuco. Clavadas en la pared había varias hojas de periódico, para secarse las manos y limpiarse las partes, le aclaró la mujer, antes de irse.

Enseguida la mujer le gritó que se diera prisa y no gastara más agua. Obedeció y la siguió a la habitación, donde Sisina continuaba roncando.

Aguardó a que se desvistiera y se pusiese el camisón, alumbrándola con el mechero, mientras ella pensaba que había sido una excelente idea meter en la mochila una linterna.

La mujer le advirtió que a las seis la despertaría para dejar libre el colchón, donde dormía de día la pareja que mendigaba de noche por la zona de los restaurantes para gente de postín, a la que le estorbaba la moneda menuda en la cartera.

Y entonces le dijo que se llamaba Dori y, al oír el nombre de ella, comentó que Aurora era muy bonito.

Nada más que se quedó en la compañía ruidosa de Sisina, sacó de la mochila el bocadillo que no había probado durante el viaje y la botella de agua.

Después del primer bocado, la roncadora se despertó debido al olor del embutido, saltó de la cama, cruzó las manos y balbuceó: "Ñam, un poquito paga mí, un poquitito y muchito paga ti".

Aurora le dio la mitad y Sisina le mojó la cara con sus besos babosos, diciéndole: "Gacias, muchas gacias, egues buena, egues guapa."

Pero, de pronto, Sisina empezó a toser y toser y a ponerse morada y parecía que sus ojos iban a saltarle fuera de la cara, porque se ahogaba, y Aurora comenzó a gritar, mientras le daba golpes en la espalda, y apareció Dori, despavorida y furiosa; y la llamó asesina por darle un bocata a una criatura que solo comía purés, y Sisina seguía tosiendo y su madre le metió los dedos en la boca hasta conseguir sacarle el pedazo de jamón, y le ordenó a Aurora que le diera dos euros y se largara.

Le suplicó que no la echara, que no conocía a nadie allí, que? Le ofreció un billete de cinco euros y Dori se lo arrebató, para llevarla a continuación a empujones hasta la puerta que cerró violentamente. En el descansillo había dos chicos y una chica que la miraron con sorna, no supo si porque estaba en camisón y en calcetines, con la mochila en una mano y en la otra los zapatos o porque les divertía lo que acababa de pasarle. Pero se les acabó la risa y le dijeron que allí sobraba, que se vistiera y se largara.

Pasó la noche en un banco de un parque. Al día siguiente, un sin techo le propuso que durmiera con su peña y él debajo de un puente viejo. Y Aurora se convirtió en Lunares hasta que desapareció y ninguno de sus colegas supo de su paradero. Uno de ellos, que está seguro de que buscó un escondite para esfumarse, me contó esta historia, verdadera como la injusticia, el dolor y la muerte. Y yo la cuento porque no puedo con ella.

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