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Joaquín Rábago

Economía circular

Según sus teóricos y proponentes, se trata de un tipo de economía que gestiona los recursos finitos del planeta de tal forma que generen el mínimo de desechos y dañen lo menos posible el medio ambiente. Se busca así crear un ciclo continuo de desarrollo que optimiza el uso de los recursos e intenta que los productos y todos sus componentes, ya sean técnicos o biológicos, mantengan su utilidad en todo momento.

La Comisión Europea quiere apuntarse a ese tipo de economía en el convencimiento de que los recursos del planeta son finitos y no podemos seguir derrochándolos. Bruselas ha preparado un catálogo de medidas que incluyen desde objetivos de reciclaje o de reducción del desperdicio de alimentos hasta una nueva regulación del uso de abonos en la agricultura.

Es intención de la Comisión obligar a la industria a que en un plazo de diez años pueda aprovecharse mediante el reciclaje un 55% del plástico, un 60% de la madera y un 75% del papel, los metales y el cristal que hoy acaban en la basura. Ya a partir de este año, Bruselas pretende obligar a los fabricantes de pantallas de ordenador o de teléfonos móviles a pensar en cómo facilitar su eventual reciclaje una vez cumplido su ciclo vital.

Al mismo tiempo se quiere que los productos, por ejemplo los móviles, sean más resistentes a los golpes y más fáciles de reparar en lugar de que haya que sustituirlos. Todo el mundo se lamenta hoy de la poca resistencia de muchos de los productos de uso diario y de la imposibilidad muchas veces de repararlos, entre otras cosas porque resulta más barato comprar uno nuevo, con el consiguiente derroche de los recursos del planeta. Es el fenómeno de la obsolescencia programada, por el que el fabricante planifica el fin de la vida útil de un producto de tal forma que, tras un determinado tiempo, deje de funcionar y se torne inservible.

La Comisión pretende encargar a laboratorios independientes que investiguen ese fenómeno para intentar prohibirlo o al menos limitarlo. Se trata de superar la economía del "usar y tirar". A todo ello debe sumarse el recurso cada vez mayor a las llamadas energías limpias o no contaminantes y el "consumo colaborativo", enormemente facilitado gracias a internet.

La pregunta, conociendo el funcionamiento de Bruselas, es hasta qué punto muchos de esos buenos propósitos se verán finalmente frustrados por la presión de la gran industria, que cuenta con poderosos lobbies y aliados en la capital de Europa.

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