El barómetro del CIS revela que Podemos adelantaría al PSOE y que el PP se mantendría como fuerza más votada en unas nuevas elecciones. Como es natural, no quiere decir que el dato, por especulativo, se convierta en realidad. Por algo existe diferencia entre la intención de voto, que además casi nunca se cumple, y la estadística intencionada del Centro de Investigaciones Sociológicas.

Hay que sospechar, por un lado, que el CIS traduce en cálculos interesados el deseo del Gobierno en funciones de que Podemos deseche respaldar al candidato socialista para buscar su suerte algo más inflada en otros comicios. Por otro, a los socialistas les convendría meditar las cosas que están haciendo mal y que permiten darle alas ante la opinión pública al adversario que aspira a arrebatarle la hegemonía de la izquierda. Sánchez, en cambio, cree que acostarse con el enemigo es la solución y que el poder es el pegamento que más une. De modo que los dados han empezado a rodar.

Rivera actúa de intermediario entre el PP y el candidato socialista. Sánchez no quiere saber nada de Rajoy. Iglesias veta a Rivera, y Rivera veta a Iglesias. Rajoy aguarda agazapado. Todos presumen de diálogo y todos, a su vez, han dejado claro que no hablarán con éste o con el otro. Los españoles nos hemos equivocado creyendo que hablando se entienden nuestros políticos. Por lo general nunca ha sido así, salvo en los primeros años de la Transición donde inicialmente, digo inicialmente, había cierta altura de miras. Nos hemos equivocado hasta el punto que volveríamos a votar más o menos lo mismo sin reconocer que el resultado llevaría probablemente a este país a una nueva ingobernabilidad.

Lo predice el CIS que también proclama a Alberto Garzón, al que apenas se le ve, el candidato mejor valorado. Prueba del hartazgo hacia nuestros políticos.