Grecia señala el camino que no hay que seguir. La tercera huelga por las pensiones ha puesto al país heleno, nuevamente, al borde de la desesperación, con millares de griegos manifestándose en las calles contra los recortes del Gobierno. Las protestas empezaron el pasado mes y movilizan ya a ingenieros civiles, abogados, agricultores, taxistas, farmacéuticos, comerciantes y hasta periodistas. En realidad no hay un solo sector o gremio profesional que no haya emprendido su protesta en la tierra de aquel aprendiz de brujo que quiso desafiar a la UE y volvió con el rabo entre las piernas dispuesto a ejecutar más recortes de los que inicialmente le imponían.

El objetivo de Tsipras, Alexis para Pablo Iglesias, era el poder y cuando vio que retenerlo por medio del cambio que había prometido a los electores resultaba imposible, dejó sus principios y a muchos de sus partidarios en la cuneta. Volvamos a Marx, Groucho: "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".

Cuando en enero de 2015 Syriza ganó las elecciones por primera vez, gracias a la desesperación de los griegos, Tsipras se jactó que con la victoria llegaba la supresión de las alambradas que protegían el Parlamento, Antiguo Palacio Real, de quienes se manifestaban contra la vieja clase política. Naturalmente, las alambradas ya no hacían falta porque eran sus propios partidarios los que intentaban, día a día, asaltar el Consejo de los Helenos. Ahora, el acorralado es el gobierno de Syriza. No me extrañaría que pronto volvieran a cercar la Plaza de Sintagma, barrida por los antidisturbios. Una cosa es predicar y otra dar trigo.

Los amigos de Pablo Iglesias se comportan de manera inquietante. En la Venezuela de Maduro, el chavismo perdió las elecciones y a quienes las ganaron no les queda más remedio que seguir ejerciendo la oposición. Qué cosas.