Si existe un reflejo de nuevo rico en el espejo de las desilusiones en el que el agraciado -o agraciada- del euromillones de Gijón no debería mirarse es el del británico Michael Carroll, quien en noviembre de 2002 ganó 15 millones de euros en la lotería y en 2009 ya había pulido su fortuna en el altar de la trinidad del vicio: sexo, juego y drogas. Tenía 19 años, trabajaba de basurero y portaba un dispositivo electrónico de seguimiento policial por su afición a la bronca. Fue embolsarse el premio y comenzar un generoso desenfreno a beneficio de sus excentricidades. Invirtió un pastón en su equipo de fútbol favorito, el Glasgow Rangers. Adquirió una mansión impresionante y la destinó a fastuosas fiestas donde corrió a borbotones el alcohol, el putiferio y la coca. Luego se aficionó a los coches de lujo, completando una carísima flota que encabezaba un Mercedes con la leyenda "Soy el rey de los macarras"? Que le cayera en suerte tal millonada a un tipo así sólo confirma cuánto sentido del humor puede tener el azar.