Desde el "Petromocho", en 1993, Asturias es una comunidad precursora en la quiebra de confianza, el cabreo y los experimentos políticos baldíos. Con la falsa petroquímica empezó el descrédito de la clase dirigente regional, puesta en evidencia por un estafador de poca monta al intentar el timo de su vida. Aquel ridículo del PSOE abrió las puertas a un Gobierno autonómico del PP. Pero la experiencia resultó otro fiasco. Un duelo interno a muerte acabó con las expectativas conservadoras, incrementando la desafección de una sociedad asturiana estupefacta. Doce años de arecismo inflaron una burbuja de falso progreso con muchas obras de escasa o nula necesidad, a los que sucedieron diez meses de casquismo, una codiciosa venganza de conclusión abrupta y retórica vacía.

Para que las cosas cambien no basta con que el Parlamento asturiano esté más repartido que nunca o haya renovado sus caras. A las primeras de cambio, los partidos emergentes repiten los vicios de los de siempre. Después de dos meses de vacaciones navideñas, la Junta comenzó esta semana su actividad coronándose de gloria, con Podemos, izquierda radical, en alianza tácita con "la derechona" para hacer la pinza al PSOE en la Mesa de la Cámara, y Ciudadanos protagonizando una pelea esperpéntica por la presidencia de la Comisión de Educación.

Hoy como ayer los partidos sólo llegan a acuerdos cuando hay que repartir sillones o arreglar lo suyo. Únicamente agudizan el talento para maniobras electoreras con las que fastidiar al contrincante y ganar unos votos en los siguientes comicios. No será por falta de quebraderos de cabeza en la región. Alarma la pasividad política ante la colección de datos negativos para los asturianos que se acumulan en el inicio de curso, y más en un contexto nacional de impás donde nadie sabe ni cuándo ni con quién habrá Gobierno.

"Hay que ver la crisis como una oportunidad para reformar lo que no funciona", era la frase más repetida en el arranque del calvario económico. Pasó el tiempo. La burocracia, la alta e injusta fiscalidad, las normas duplicadas, las exigencias exageradas, el suelo caro: los obstáculos siguen siendo los mismos. El recorte de las empresas públicas fue de chiste.

Empezamos a salir de la recesión y estamos como antes. Asturias es, según el criterio unánime de los observatorios de predicción, la región que más PIB pierde. La que menos crece. La que peor se recupera. Entre funcionarios, pensionistas, parados y subsidiados más de 400.000 asturianos dependen de una nómina pública. Por cada tres trabajadores hay dos jubilados, lo que significa quedar a expensas de los mecanismos de transferencia de renta y de la solidaridad nacional. Es decir, de la respiración asistida.

La creación de empleo aquí, la menos intensa del país en términos de afiliaciones a la Seguridad Social, está prendida con alfileres. Apenas existe ganancia de actividad porque los jóvenes emigran y los parados dejan de buscar acomodo por desánimo. Al ritmo actual, Asturias tardaría once años en recuperar el número de ocupados que llegó a tener en 2008: 404.000. Otra década malgastada.

Una fortaleza, la industria, el motor de resistencia, empieza a dar síntomas de agotamiento. A la plantilla de Saint-Gobain le han propuesto una bajada de salario. La tarifa eléctrica y la falta de competitividad lastran la planta de Alcoa. Varios talleres medianos están en venta o en dificultades. Du Pont afronta un proceso de fusión que preocupa, aunque no se prevén dificultades severas para el complejo de Tamón. La caída de la demanda y la situación de China, tirando los precios siderúrgicos, ponen a Arcelor en un brete.

¿Nadie ve este panorama desolador en el palacio de la calle Fruela? Al Gobierno actual le falta empuje. Javier Fernández parece sentirse más cómodo en las máquinas de la alta teoría política que en el fango de los conflictos cotidianos que son ciertamente disuasorios. La oposición no ayuda. La popular Mercedes Fernández intenta cumplir su sueño de alcanzar la Presidencia del Principado. Pacificar la derecha y desgastar a los socialistas consumen sus esfuerzos. Emilio León, como sus jefes de Podemos, aplica la táctica de convertir el hemiciclo en un plató. Detrás de los lemas ingeniosos y las venenosas críticas no habita una idea de Asturias. Más bien un intento de devorar al PSOE. Nicanor García atiende las órdenes que emanan de la oficina central de Ciudadanos. Su grupo elude mojarse, salvo para designar cargos. Gaspar Llamazares bracea en la nimiedad intentando hacer de puente dentro de la izquierda y Cristina Coto administra la decadencia forista.

La distancia entre Asturias y las regiones ricas, lejos de menguar, avanza. Los buenos propósitos sólo no sirven para frenar el deterioro. Tampoco sirven parlamentarios anodinos e improductivos enredados en el absurdo, que mientras la región se agrieta a sus pies llenan las sesiones plenarias de asuntos irrelevantes cuando no meramente interesados. La mediocridad perpetúa el conformismo y el conformismo engendra mediocridad, en un círculo vicioso que amenaza el desarrollo. Eso supone tanto como dinamitar la estabilidad social porque rompe una clase media sangrada a impuestos y empobrecida tras ocho años de sufrimiento. Cuanto más sigan sus señorías mirando para otro lado sin coger este toro por los cuernos ni explicar a la gente la realidad, más irreparable será el daño.

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