Rubén: "Hoy me ha tocado en suerte uno de esos días en los que, si no lo relativizas todo, puedes acabar odiando a toda la humanidad. Por ejemplo, a esa gente que tiene prisa incluso en el parking. Se supone que son lugares para ir con calma, no para pisar el acelerador. Pues no, siempre te puede salir un energúmeno del volante que parece cronometrarse para cruzar cien metros en tiempo récord. Como el que esta mañana casi me atropella al poco de salir de mi coche. Para colmo de males, el tipo iba hablando por el teléfono móvil y ni se inmutó cuando le grité que tuviera más cuidado. Seguramente no me oyó y si me oyó le hizo gracia que me quejase, porque hay personas (aunque no se merecen que las llame así) que entienden que el respeto es algo que los demás les deben a ellas, no algo que les incumba desarrollar hacia los demás. Sin salir del parking me encontré con otro caso de falta de civismo acongojante. Imagínate que llevas media hora buscando una plaza y que, de pronto, ves que un coche ha aparcado en medio de dos, inutilizando una de ellas. Ante semejante exhibición de desvergüenza sólo caben dos posibilidades. Primera: ser un ingenuo y pensar que el conductor (o conductora, ya no hay muchas diferencias de sexo en la falta de educación al volante) tuvo una emergencia y aparcó de cualquier manera sin ser consciente de que estaba fastidiando a los que vinieran detrás. O segunda: estamos ante un caso típico de ser resentido, acomplejado y sin civilizar que disfruta imaginando la cara de quien se encuentre con ese acto de vandalismo silencioso. Para rematar mis desgracias en los parkings, por la tarde entré en uno casi vacío. Y dejé el coche en una plaza solitaria. El vehículo más cercano estaba a cien metros. Cuando volví tenía dos coches, uno a cada lado y bien apretaditos contra el mío para obligarme a entrar escurrido. Hoy odio al mundo".
