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Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Oviedo

De vetos y bloqueos

Las enormes dificultades para formar gobierno en contraposición a otras democracias

Cuarenta años después, por sorprendente que parezca, los españoles nos vemos en una situación política que no habíamos previsto. Es preciso formar un gobierno y la ley no responde a las dudas que se plantean sobre lo que debe hacerse en determinadas circunstancias para conducir el proceso a su término. En consecuencia, se hace necesario improvisar algunos pasos. Y por el momento, los dirigentes políticos han llevado el asunto a un estado en el que reina la confusión y no hay una mínima seguridad sobre el desenlace final.

El jefe del Estado propuso como candidato al líder socialista, que había manifestado públicamente su aspiración a ser investido presidente del Gobierno, después de que Rajoy, a quien le había hecho el ofrecimiento en primer lugar, falto de apoyos, decidiera esperar una segunda oportunidad. El PSOE, Podemos y los independentistas catalanes habían anunciado su oposición rotunda a la continuidad del PP en el gobierno y sumaban una mayoría infranqueable. En las visitas a Zarzuela, los jefes de los grupos parlamentarios no comprometieron su voto en la sesión de investidura, de manera que el Rey hizo el encargo a Pedro Sánchez sin que éste contara con un respaldo parlamentario suficiente para su elección. Así pues, proponer al candidato socialista era la única opción viable que tenía Felipe VI para no demorar en exceso el calendario de la investidura. Y fue posible, no por ser ése el mandato de los votantes, sino porque el PSOE descartó desde el principio un pacto con el PP. Este es el hecho crucial que permite comprender la presente situación política.

El derecho de Pedro Sánchez a solicitar apoyos para formar gobierno es incuestionable. Pero está precedido por la negativa de su partido a sostener un gabinete del PP, el partido más votado, que ha reclamado insistentemente su colaboración a cambio de una agenda de reformas. La actitud del PSOE es conforme con nuestro régimen parlamentario y tiene la aprobación de amplios sectores de la opinión pública. El error consiste en ignorar sus derivaciones políticas, que están a la vista.

El viernes, el candidato socialista concluyó la ronda de contactos iniciada la pasada semana manteniendo una breve conversación con Rajoy. La primera imagen del encuentro ya reflejaba la tensión que hay entre los dos partidos con la mayor responsabilidad a la hora de gobernar y que perturba la vida política del país. Lo insólito tuvo lugar en la comparecencia posterior ante la prensa, en la que ambos líderes actuaron como si fueran candidatos los dos, en plena competencia por conseguir apoyos para su investidura. Rajoy aún espera que el PSOE se avenga a sus razones y Sánchez, por su parte, se muestra convencido de que los votantes lo han señalado a él para dirigir una gran coalición del cambio. El PP ha cedido la iniciativa y ahora maniobra para interferir en las gestiones del candidato socialista, que se siente cada día más apremiado. Rajoy y Sánchez son dos líderes políticos en situación límite, que están jugando todas las cartas para aprovechar la única oportunidad que les queda.

Pero lo cierto es que el PP, sin el apoyo del PSOE, no tiene posibilidad alguna y que la pretensión de Pedro Sánchez, entre las condiciones que le impuso el Comité Federal de su partido y el veto mutuo de Podemos y Ciudadanos, no encuentra espacio donde pueda llevarse a cabo. El PSOE es la pieza que hace posible cualquier fórmula de gobierno, pero su intento puede acabar convertido en un monumental bloqueo, superable sólo mediante unas nuevas elecciones. Para evitar que esto suceda, uno de los cuatro grandes partidos tendría que abdicar de sus últimas posiciones. Algo que no debemos descartar, pues los cuatro han practicado con frecuencia el arte de desdecirse, en cuestiones menores y en las mayores también, y toda negociación, en particular la política, es por su propia naturaleza flexible. Un acuerdo del PSOE con Podemos requiere al menos la abstención de los independentistas catalanes y parece menos probable. Y no dejaría de resultar irónico que, al final, el éxito de Pedro Sánchez dependiera de que el PP o Podemos consintieran una investidura pactada con Ciudadanos. Estos son los escasos y frágiles mimbres con que el candidato socialista está tratando de formar un gobierno.

Suenan otra vez las alarmas de crisis financiera y Europa y el mundo se enfrentan a enormes desafíos, de los que llevamos medio ausentes un tiempo. La casualidad hizo que el mismo día que Rajoy y Sánchez se encontraron para no hablar del gobierno, el Consejo de Ministros había autorizado por la mañana las subvenciones concedidas a los partidos para financiar su funcionamiento ordinario durante este año, por un importe total superior a 52 millones de euros. Los ciudadanos no sienten el respeto de los políticos. Les habían prometido unas negociaciones transparentes y lo que perciben es un juego de sombras, en el que resulta difícil identificar a cada cual. Los nuevos partidos van adquiriendo las formas de los clásicos. La sociedad española está perdiendo la confianza en sí misma, de la que llegó a acumular gran cantidad durante la transición a la democracia, gracias a haber vencido el trauma de la guerra civil. De la crisis de los noventa, similar a ésta pero menos grave, no aprendimos toda la lección. Y aquí estamos, con enormes dificultades para formar un gobierno, cuando en las democracias avanzadas esto es un mero trámite rutinario porque el gobierno de partido, el modelo que nos bloquea, tiende a ser ya cosa del pasado. Mientras nuestros líderes siguen cumpliendo con el mandato de sus votantes.

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