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La tentación iconoclasta

La agitada vida profesional del periodista propició hace años ocasiones de conocer las llamadas villas miseria de Colombia y el Cono Sur de América donde misioneros cristianos ejercían su labor apostólica y caritativa. En la Pampa pude visitar un modestísimo templo, construido con envases viejos, que fue inaugurado entre guitarras juveniles con un himno para la ocasión que llevaba por título "Mi nueva iglesia de lata". Emocionante.

Después de estas experiencias, uno comprende hasta cierto punto que ese tremendo trabajo en punta propio de tierras de misión, cerca de la pobreza y la injusticia, acabe por modificar la jerarquización de prioridades morales hasta el punto de primar lo asistencial por encima de lo trascendente. Y con ello, caer en tentaciones de carácter extremista o iconoclasta. Recordemos el caso del cura asturiano guerrillero muerto en combate en supuesta defensa de los débiles.

Riesgo de radicalidad también observable en la tendencia a maximizar la exclusiva predilección por los más necesitados, tan extendida en la pastoral católica contemporánea, frente a los definitivamente malos que serían los enriquecidos y considerados como irrecuperables, si aceptamos este planteamiento. Una supuesta caridad "preferencial" (sic) y por ello manifiestamente selectiva.

No del todo concordante, a mi modo de ver, con la frecuente relación del mismo Jesucristo hacia los fariseos, los instalados, los ricos y los pecadores. Es decir, con la mala gente que, según la doctrina expuesta, no hubiera merecido el intento de salvar. Consideremos los casos de Mateo el cambista, del centurión romano o del simpático Zaqueo, por poner algún ejemplo en tiempos evangélicos. Y, ahora mismo, el del Papa Francisco que anda estos días por las Américas entre templos, imágenes, ceremonias, procesiones y otras aparatosidades por el estilo.

Actividades que, si bien se mira, han sido anatematizadas aquí mismo el sábado último por un sacerdote colaborador de Cáritas. No somos espíritus puros y por ello necesitamos referencias apreciables. El Cristianismo tiene una larga historia de sustanciales aportaciones a todas las artes, la escultura, la pintura, la literatura, la música? ¿Es este inmenso tesoro cultural un estorbo para el espíritu? ¿Ha de interpretarse la imaginería cristiana como fuente de un culto idolátrico?

Parecen excesivos el rechazo a "las cofradías con fines a veces más que dudosos" y las citas de presunto apoyo de interpretación literal en textos apocalípticos de la Sagrada Escritura. Como tampoco la aventurada afirmación, contraria a la tradición, de que "no son necesarias para nada las imágenes ni los santuarios ni las procesiones" como creaciones históricas y culturales.

Lo uno no excluye lo otro, lo caritativo y social está en la médula original del Cristianismo. Recuérdese la creación de los siete diáconos. Acción que es consecuencia inexcusable del amor al prójimo. Pero no somos espíritus puros, sino de carne y hueso, necesitados de referencias sensibles que de algún modo representen aquello en que creemos y lo que veneramos sin abstracciones ni idolatrías.

Apoyaturas y recursos ciertamente humanos, pero siempre eficaces al servicio de la fe. Por poner solamente dos irrefutables ejemplos contemporáneos, ¿no fueron por esa vía las conversiones de Edith Stein y André Frossard?

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