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Profesor de la Universidad

La utilidad de la investigación

El trabajo científico en el campo de la Administración de Empresas

La investigación científica debe servir para aumentar o mejorar el conocimiento. La investigación en general, y en Administración de Empresas (AE) aplicada o empírica en particular, debe seguir un método científico que para ser adecuado se concreta en unas reglas, que se pueden resumir en: a) se partirá de un interrogante claro y útil, b) formulado con un modelo analítico formalizado y c) se utilizará un método analítico adecuado y se resolverá dentro del área de investigación pura con resultados replicables (Julio Segura, "Revista Asturiana de Economía", 2, 1995).

De las reglas anteriores lo más importante y difícil es lograr que el resultado termine siendo útil al interés general de la sociedad. Útil no significa que el trabajo sea aceptado para su publicación por una revista de prestigio, ni siquiera que haya recibido un premio aunque éste sea un Nobel. Hace unos años, mirando un artículo publicado en una revista incluida en el Journal Citation Reports (JCR), que gestiona las revistas científicas de mayor prestigio del mundo, observé que dicho artículo no tenía sentido ni utilidad científica. Contacté con uno de los autores y le razoné mi opinión. Dicho autor, después de pensarlo un momento, me respondió que yo tenía razón, por lo que le pregunté para qué habían publicado el artículo y me contestó que era para obtener méritos para la evaluación investigadora. Fuera del trabajo de los revisores, pocas veces los científicos critican los escritos de otros, porque no resulta productivo para quien lo hace y además tiene un alto coste de oportunidad. Adicionalmente, muchas veces para hacer las investigaciones se necesitan recursos y el dinero acude mucho más a quien hace promesas que a quien se dedica a criticar las ajenas.

Un ejemplo de cómo un premio Nobel no garantiza la utilidad de la ciencia es el modelo económico elaborado por Robert Merton y Myron Scholes para valorar los derivados financieros y por el cual recibieron el premio Nobel de Economía en 1997. Este modelo se aplicó en el enorme fondo de inversión Long-Term Capital Management de Estados Unidos, el cual quebró poco después en el año 2000. Scholes creó otro fondo de inversión que pasó por graves dificultades, impidiendo retirar las inversiones realizadas en él durante cierto tiempo. En 2009 también quebró otro fondo de inversión en el que el principal asesor técnico era Merton con dicho modelo. Es decir, parece que el modelo no era muy válido para gestionar patrimonios, pero sí para ganar el Nobel.

Es muy difícil evaluar la utilidad de la investigación en las ciencias sociales como en la AE. Gran parte de la investigación empírica en esta rama se produce en sociedades occidentales ("western"), cultas ("educated"), industrializadas ("industrialized"), ricas ("rich") y democráticas ("democratic"). Las iniciales inglesas de estas cinco características forman la palabra "weird" (atípico). La mayoría de los estudios de gestión de empresas son hechos con unidades atípicas, pero de ellas se pretende sacar conclusiones más bien generales. Por otro lado, las revistas en las que se publican muchas veces tienen intereses discrepantes con los de la ciencia.

Probablemente el peor problema de investigación en ciencias sociales, como es el caso de AE, provenga del denominado "sesgo de confirmación" que es muy difícil de erradicar. Este sesgo se deriva de la "teoría de la disonancia" del psicólogo social León Festiger, según la cual tendemos a mantener nuestras creencias arraigadas a pesar de encontrar evidencias contrarias a ellas. En ciencia el sesgo de confirmación hace que los razonamientos lleven a malos resultados debido a que sistemáticamente se trata de hallar argumentos que justifiquen las creencias iniciales. No hace mucho acudí a un seminario de economía en el que se presentaba un trabajo de investigación para compartir ideas y/o sugerencias. En el trabajo, después de aplicar técnicas estadísticas a ciertos datos, una de las conclusiones obtenida era ilógica y el investigador trataba de justificarla. Posteriormente le razoné por escrito que el problema no estaba en las conclusiones, sino que una de las hipótesis era claramente errónea y eso justificaba el resultado. No me contestó.

El sistema español que evalúa la investigación científica es tan absurdo que según mis cálculos (LA NUEVA ESPAÑA, 29-1-2016), que son muy optimistas, para publicar en AE lo que se exige en seis años, si se hace con el nivel equivalente a la media mundial, se necesitan más de 400 años. Es decir, este sistema incentiva la cantidad y la competencia (cuanto más mejor) y el trabajo individual (se obtienen más publicaciones con grupos muy reducidos o individualmente que con grupos multidisciplinares numerosos). Pero la ciencia funciona mucho mejor de forma grupal, entre otras razones, porque en los intercambios del grupo se pueden encontrar fallos de razonamiento de unos miembros a otros. Además según publicó la prestigiosa "Science" en 2010 (vol. 330, nº 6004), podría ser mucho más fácil aumentar la inteligencia de un grupo que la de una persona. Según comprobó el psicólogo social Jonathan Haidt, el razonamiento aislado del científico suele ser muy viciado, porque tiene más tendencia a la justificación que a la verdad (http://edge.org/conversation/a-new-science-of-morality-part-1). Bueno, esto no es característico de los investigadores pues todos nos sentimos inclinados a hallar cualquier cosa que confirme que estamos en lo cierto.

Visto lo anterior, ¿qué se puede hacer para mejorar? Por un lado, habría que cambiar la forma de evaluar la actividad investigadora haciéndola más transparente, fomentar el trabajo en equipo y la producción de calidad, reducir el número de trabajos a considera en cada tramo evaluable (según el adagio "mucho y bien no hay quien"), incentivar la formación de grupos multidisciplinares (en AE podrían incluir expertos en organización, finanzas, marketing, contabilidad, psicología, estadística, informática?, obviamente no siempre harán falta todos).

También sería muy importante cambiar la mentalidad y actitud de los investigadores, pues deben ser conscientes de que la mayoría de sus trabajos actuales independientemente de que se publiquen o no, pasado el tiempo, tendrán una mínima o nula contribución a la ciencia. Es preciso un cambio de enfoque que apueste decididamente por la utilidad social de las investigaciones. Si diez investigadores publican casi lo mismo en diez sitios distintos, dado el actual acceso generalizado a las divulgaciones, la aportación final a la ciencia vale por uno, no por diez, y además se obligará a otros investigadores a perder muchas horas leyendo una y otra vez casi lo mismo con la inútil esperanza de encontrar algo nuevo cada vez. Sería mejor hacer más trabajos muy breves, quizá de dos o tres páginas, en los que con crítica constructiva se haga alguna aportación adicional al primero publicado.

Adicionalmente, otra tarea útil sería fomentar las relaciones de investigadores con empresas y/o instituciones para a partir de ahí elaborar trabajos que puedan ser útiles para éstas últimas y a la vez mejoren el conocimiento científico y empresarial. Igual que las demás, esta medida no es nada fácil y ya existe, pero es de opinión generalizada que en España podría dar mucho más de sí.

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