Rajoy desprende optimismo, lo que no quiere decir que transmita confianza. Lo han pillado diciéndole a David Cameron que lo más probables es que haya elecciones el 26 de junio. Probablemente, más que una predición con fecha, se trata de un deseo. El caso es que ni él mismo es capaz de creerse la estrategia que le ha dado por proclamar de recuperar la iniciativa y negociar una investidura si fracasa la de Pedro Sánchez.

La del candidato socialista resulta una urdimbre complicada de tejer por los apoyos que hay que sumar y la dificultad de que unos concuerden con otros. Sin embargo hay algo que aleja los análisis de la realidad y tiene que ver más con las ganas de tocar poder que con los posicionamientos en el tablero. La política hace extraños amigos de cama y la posibilidad de situarse en la órbita es el pegamento que más une.

Sí, ya lo sé, se trata de un análisis algo simple, incluso pedestre, alejado de otros juicios más profundos, pero la primera pulsión de los profesionales que viven de la política es situarse cómodamente en ella y luego ya se verá. El resto pertenece a un ámbito secundario que se enmascara de buenas, incluso de grandes, intenciones.

Hasta los más escépticos estamos tentados en alguna ocasión a creernos este disparate y traducirlo en coordenadas racionales y morales. De algo tenemos que vivir los periodistas opinadores. Pero la realidad es otra y las explicaciones hay que buscarlas en los instintos de autoprotección. A Pedro Sánchez es posible que le espere el sillón de su casa si no consigue llegar a la Moncloa. Hay trenes que sólo pasan una vez por delante. Pablo Iglesias, unos días así y otros asá, sabe que puede esperar, pero más vale pájaro en mano que ciento volando. Se arreglarán. Rajoy anhela junio, que está la vuelta de la esquina, para no marchitarse.