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Enfermos de poder

Decía el sociólogo alemán Max Weber que la sociedad moderna está amenazada por la creciente concentración de poder que tiene cualquier organización. Pues consideraba que los que ostentan poder tienden a dominar a otros a los que no les queda más remedio que obedecer. Viendo lo que está pasando en la actualidad con muchos "poderosos", cualquiera podía juzgar que este pensador de finales del XIX y principios del XX era un adelantado a su tiempo. Pero nada más lejos de la realidad. Ya en la antigua Grecia existía lo que se llamaba "Hybris", que se puede traducir como desmesura, pues se consideraba que era el intento de transgresión de los límites impuestos por los dioses a los hombres. Lo que demuestra que, desde siempre, la capacidad corrosiva que ejerce el exceso de poder tiende a destruir la moral y la capacidad de juicio de la persona.

Aunque no lo parezca, llega a ser una grave enfermedad, que se conoce con el nombre de "Síndrome de Hybris". Según los psiquiatras británicos Owen y Davidson, el poder conlleva un síndrome en sí mismo que se traduce en una serie de comportamientos que son capaces de modificar la conducta humana. Como, entre otros, podemos identificar:

1- Abuso de la posición que se tiene.

2- Rechazo a escuchar consejos.

3- Creerse infalible.

4- Identificar el yo con la organización que se dirige.

5- Imaginarse indispensable.

6- Perder el contacto con la realidad.

7- Exhibir un celo mesiánico en los discursos.

8- Reivindicar ser juzgado por Dios o por la historia.

9- Y el peor, cuando se está muy mal incluso se llega a despreciar a los demás.

En la mayoría de los casos, las personas piensan que la corrupción está ligada al poder político. Pero también existe asociada al poder empresarial o de cualquier organización. Normalmente, la única diferencia es que la corrupción política es ilegal y las otras corrupciones suelen ser legales, aunque igual de poco éticas (remuneraciones abusivas, engaños a los accionistas, quiebras fraudulentas, etc.).

Por otra parte, la sociedad imagina la corrupción de manera muy restringida y pueril. Si preguntáramos a un grupo de personas qué entienden por corrupción, la mayoría nos daría alguna respuesta relacionada con el dinero. Y no negando que el final casi siempre es ese, hay una serie de comportamientos de origen antropológico que evidencian que en muchos casos el poder cambia a las personas y las va convirtiendo en perfectos corruptos sin que muchas veces se den cuenta.

El comportamiento del enfermo de poder suele ser siempre el mismo, alimenta su fantasía creyendo que nunca va a tener consecuencias negativas y, de ese modo, comienza a creerse que está por encima de la ley y de las reglas sociales y morales. Al sentirse por encima del bien y del mal, entiende que aquello que le está vetado al común de los mortales a él le está permitido. Su sensación de impunidad es tal que piensa que su arbitrariedad nunca puede ser castigada. Hasta tal punto lo ve todo tan natural que al final incluso se apropia indebidamente de recursos económicos, bien ilegalmente, la corrupción política que estamos sufriendo, o bien legalmente, la corrupción empresarial que estamos viendo en muchos casos.

Debemos estar prevenidos contra los líderes intoxicados por el poder, pues pueden tener efectos devastadores sobre mucha gente. Es necesario crear un clima de opinión tal que los que ostentan poder estén conminados a rendir cuentas más estrictas de sus actos. Los líderes deben sentir una mayor obligación a consentir restricciones de su poder, en tiempo y en cantidad. Por eso son tan peligrosos el culto a la personalidad y los "caudillismos", es decir, las características principales del populismo, pues jamás aceptan la reducción de poder.

La pregunta que nos podemos hacer llegado a este punto es: ¿Y se puede parar esta enfermedad? Lo primero que nos viene a la mente es que no debe de resultar sencillo cuando ya se estudiaba en la antigua Grecia y seguimos padeciéndola hoy. Pero vamos a tratar de dar algunas respuestas. De forma general, podemos decir que la educación y la formación son importantes, así como la existencia de un código de valores en la sociedad. Pero no son suficientes. Hay que limitar el poder allá donde exista.

Centrándonos en el poder político, puede resultar llamativo, pero para defender la libertad de los ciudadanos frente al poder hay que limitar la libertad de quienes nos gobiernan. Si me permiten sugerir algunos caminos, éstos serían los siguientes:

1- Estado reducido (en tamaño y potestad regulatoria).

2- Imperio de la Ley (y, en la medida de lo posible, aproximándose a principios inmutables, apartándose de legislaciones caprichosas y cambiantes).

3- Estricta separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial).

4- Limitación de mandatos (en el Gobierno, en todas las instituciones y empresas públicas, así como en los partidos políticos).

5- Transparencia total y obsesiva en todas las administraciones e instituciones públicas.

6- Independencia de los órganos generales del Estado (Intervención General, Tribunal de Cuentas, Banco de España, Abogacía del Estado, etc.).

7- Rendición de cuentas de todas las administraciones, instituciones y empresas públicas (auditorias de cuentas serias y rápidas).

8- Sistema electoral de representación directa (tanto en las diferentes elecciones como en los partidos políticos).

Estoy convencido que con la implementación de estos procedimientos estaríamos acotando en gran medida esa mala utilización del poder por parte de los políticos; lo que haría de manera inmediata que bajara la corrupción.

La experiencia de la vida y de la historia nos enseñan que las luchas por el poder no son una quimera, una elucubración filosófica. Perder poder, no importa la clase ni la cantidad, es para muchos el final de su existencia. De ahí que todos los poderes suelen ser conservadores en sí mismos y tienden a perpetuarse. Pero la apuesta que todos los ciudadanos tenemos por delante es construir una sociedad que, aun admitiendo la existencia y la necesidad del poder, se encuentre en un plano de igualdad y no de inferioridad respecto a él. Una sociedad donde no existan las luchas interminables en torno al poder. Una sociedad que admita al poder porque, en definitiva, ese poder viene a servir a la propia sociedad y no a valerse de ella.

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