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Mezclilla

Carmen Gómez Ojea

Las inocencias y don Carnal

Conversaciones en una celebración de Antroxu sin jolgorio ni disfraces

Después de largas cavilaciones la alegre pandilla de Las inocencias decidió celebrar el Martes de Carnaval sin disfraces ni jolgorios en el domicilio de Marilís, que había comenzado el nuevo año de forma muy lastimosa debido a lo ocurrido, tras la cena de Nochevieja, a Dalia, su hija, cuando, al llegar de madrugada a su casa con su marido, éste de pronto, sin motivo alguno, como ya había ocurrido más veces, comenzó a insultarla. Pero entonces ya no aguantó más ultrajes y evitó el puñetazo que él se disponía a darle, tirándolo al suelo mediante un barrido de buena judoka que lo derribó y la caída lo dejó conmocionado durante unos minutos, si bien volvió en sí lleno de rabia, acusándola de zorra embustera que le decía que iba al gimnasio a hacer aeróbic, cuando la verdad era que se marchaba a entrenarse para matarlo.

Dalia llevaba casada un par de años con aquel machista, al que Marilís, desde que lo vio por primera vez, había calificado de falócrata tocapezones, empezando ya desde aquel instante su lucha a brazo partido con su hija, para arrancarle las perniciosas gafas de colores con las que veía a aquel despótico hipócrita. Pero no consiguió más que resoplidos de fastidio, malas caras, palabras duras y acusaciones de ser una madre soltera celosa y absorbente. Así que se mantuvo callada, pero vigilante, porque temía lo que iba a suceder, por lo que no fue para ella una sorpresa descubrir un día que Dalia cojeaba a causa, según su versión, de que le había caído en un pie un cuadro que estaba colgando. Después supo que había empezado la guerra diaria entre ella y Jacinto. Se golpeaban, se escupían, se tiraban de los pelos, se daban patadas hasta que ella lo noqueó y por poco lo deja tieso en el suelo, de modo que su hija decidió divorciarse alegando un mal trato continuado de su cónyuge; y él la denunció de lo mismo, presentando un parte de lesiones en la cabeza. Y así estaban las cosas, muy enredadas y envenenadas, y todo porque Dalia no había cortado la relación antes de casarse, nada más que él la mandó callar imperiosamente, llamándola guarra.

Marilís las recibió emocionada y protestando porque llegaran cargadas de fiambreras y bandejas de comida, además de con un gran ramo de camelias, sus flores predilectas y, muy conmovida, les contó que Dalia tenía la suerte de tener unas amigas tan buenas como las suyas y que se había ido con ellas a pasar el carnaval a Ibiza.

Pobre cría, dijo una de las Pis. Tenía que haber hecho como mi hermana y yo, que la emprendimos a bolsazos, como sabéis, contra el que nos mostró en el ascensor su pene de pena, penita pena.

¿Quieres decir que si hubiera sido como una morcilla de arroz lo hubierais felicitado?, preguntó acremente Parrula Grelos. Qué cosas tan retorcidas dices, Parru, pues sabes que no, protestaron casi a la vez las dos hermanas.

Marilís purificó el ambiente descorchando unas botellas de Möet y en la amplia cocina se reprodujo el festín de Baltasar, rey de Babilonia. Se sentaron a cenar y comieron y bebieron y brindaron por Dalia, por ellas y por don Carnal y porque doña Cuaresma les fuera propicia a todas y, en las postrimerías de los postres, como era inevitable, hablaron de política y Brenda Tusano, antes Gusano, comentó que tenían una cara de granito los políticos que decían que no había puertas giratorias para vivir del chollo que siempre se les buscaba con el fin de añadirles muy ricamente un pastón a lo que percibían por haber tenido un alto cargo en el gobierno.

Cecilia Barca soltó una carcajada estridente para añadir que no, que no había puertas giratorias, sí pórticos de la gloria, en la que entraban jubilosos los jubilados y veteranos de esa bagatela llamada política. Después se refirieron a la guerra de la investidura, que demostraba que los aspirantes a la presidencia defendían primero sus intereses particulares y después los del partido, y que la ciudadanía solo les importaba para que les diera con su voto el permiso para adueñarse de su voluntad y decidir por ella.

Y nadie replicó, ni siquiera Goyita Mir, filopepera, pero no fundamentalista.

Pasaron varios ángeles hasta que Magú rompió el silencio y quiso saber qué pensaban acerca de lo ocurrido en Madrid con los titiriteros, el viernes anterior.

Rosi Babazón afirmó en tono doctoral que había una locura colectiva y contagiosa, aparte de gente malvada a la que le gustaba acarrear leña para la hoguera de la inquisición que, al igual que las cámaras de gas y los hornos nazis, seguía hiperactiva y crepitante. Era una señal evidente de esa demencia generalizada que se hubiera detenido a unos titiriteros y a sus títeres con mentiras e insidias, porque era falso que no hubieran advertido que "La Bruja y don Cristóbal" no era una obra infantil, y también patraña rastrera había sido que se dijese que en una escena se violaba a una monja, y no que ese personaje trataba de robarle a la bruja a su hijo, fruto de la violación que había sufrido de su casero, al que le debía dinero y al que mata cuando se defiende de su brutal ataque; y para evitar que le arrebatara a su niño, la bruja también forcejea con la monja que muere y llega un policía, golpea a la bruja, la deja inconsciente y le pone sobre el cuerpo una pancartita con el Gora Alka-Eta, para que sea acusada de terrorismo, y es condenada a la horca, pero engaña al juez, remedo del secular Mr. Punch de los títeres de guante ingleses, logrando que meta la cabeza en la soga para ahorcarlo.

Eleuteria aseveró que si los titiriteros querían "epatar" al burgués lo habían conseguido, pero ellos habían sido repateados de forma feroz y desmesurada; y en cuanto al argumento de la pieza teatral solo podía calificarse de infraliterario y de puerilidad candorosa y que el estruendo que había provocado demostraba ignorancia, porque el asunto de las representaciones de retablillo no aptas para un público infantil es burlesco, crítico, duro, cruel y su lenguaje el del pueblo, el que la gente emplea para charlar con su vecino, un habla soez, grosero, salpimentado de tacos, que en boca de muñecos resulta limpio. Seguro que la locura de don Quijote cuando le rompió los títeres a maese Pedro, pensando que las figuritas de pasta eran moros de verdad, no fue tanta como la que movió a quienes decidieron encerrar a esos titiriteros y sustraerles sus marionetas por alabar el terrorismo musulmán y el de los mismos a los que Aznar llamó un día, del que sus pares no quieren acordarse, Movimiento vasco de liberación.

En aquel momento la que enloqueció fue la prima de las hermanas Pis, quien muy agitada y descompuesta gritó: No volváis a llamarme jamás Marieta porque, si lo oye un guardia, puede pensar que soy proetarra y, mientras se aclara el enredo, igual paso unas cuantas horas encarcelada. Así que, llamadme María.

Vaya don Carnal tan feo que estamos viviendo, se quejó Melina Pombal. A ver si por Pascua Florida hablamos de cosas que no den tanta pena y hacen llorar.

Y todas asistieron suspirosas con la cabeza.

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