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Nueces de California

Tendencias

La moda de los centros comerciales

Vivimos en un mundo que se mueve por tendencias. Tendencia es un concepto matemático que está ligado con la palabra sesgo. Algo que no tiene sesgo no posee tendencia y se dice insesgado. En matemáticas lo insesgado suele ser sinónimo de bueno porque suele estar asociado a objetividad. Por ejemplo, en estadística se suelen diseñar estimadores insesgados que respetan la media de los datos. El mundo de la empresa, del marketing y de la política, suele ser todo lo contrario, dado que se busca crear tendencias (los famosos "trending topics") para -obviamente- sacar partido de las mismas. Hoy todos esos barbarismos están a la orden del día y cada hora nacen nuevos conceptos. Hace un tiempo me enviaron por "WhatsApp" un chiste sobre el tema, que bien podría ser de Forges. En una entrevista de trabajo, una persona le dice a otra: -¿Ha sido usted antes "Strategic Press Manager"? -Sí, responde el segundo, en una "Startup de partner social CEO gromenawer". -Se lo está inventando, ¿verdad?, dice el primero. -Ha empezado usted, responde el segundo. Las redes sociales han hecho que nazcan empresas y especímenes inverosímiles y que incluso el buda de Pontevedra, como diría mi buen amigo Eduardo Lagar, sea "trending" en ocasiones, y que cualquier memez se "tuitee", o se "guasapee", o se "emailee"; y hay jubilados que se pasan el día enviando este tipo de "soportes" (que es otra palabreja), bombardeando a sus "peers" (iguales).

En definitiva, en el mundo existen grandes tendencias que van cambiando con el tiempo y que los gurús de las redes sociales monitorizan y prevén. Nuestro país ha estado yendo últimamente al rebufo y los "trending topics" nos han llegado desfasados en el tiempo. Pondré algunos ejemplos que seguro no se esperan, y que les demostrarán que la única manera de estar a la moda es pasar de ella.

El primer ejemplo que quiero citar son los grandes centros comerciales. Me acuerdo de cuando era pequeño y un día llegaron mis padres a casa diciendo que en Lugones habían abierto un gran centro comercial que se llamaba por entonces "Mamouth". Éramos un país subdesarrollado en el que el comercio era de cercanía y poseía una calidad que despreciábamos. Ante la novedad, nos fuimos toda la familia de peregrinación y nos quedamos sorprendidos de que en un mismo sitio se pudiese vender un pixín y un neumático Good Year. Esta tendencia venía de EE UU, un país donde la gran dispersión geográfica hacía que incluso fuese necesario coger el coche para comprar una barra de pan; rápidamente se afincó en Francia (las grandes marcas Leclerc, Auchan, Carrefour, Casino, Intermarché, Géant? son francesas), un país donde las personas han huido de las ciudades y viven en poblados "gaulois tipo Astérix y Obélix" haciendo que éstas crezcan en horizontal; y también se extendió en Inglaterra, un país donde el pescado fresco era tan raro como un marciano en una gasolinera, y comer un sacrificio, por no decir un acto de heroicidad.

En definitiva, nos dejamos convencer de nuestro subdesarrollo por esta áurea de progreso y nos lanzamos al gran negocio del siglo: abrir masivamente centros comerciales, ahora mal llamados centros de ocio, dado que lo que ahí se mueve es "neg-ocio", es decir, su negación. Nos cargamos así el pequeño comercio de proximidad, las tiendas de ultramarinos finos, las que vendían productos de la huerta, y de paso también, en muchos casos, los mercados de agricultores locales que venían a la ciudad a vender sus productos. Siempre recordaré la tienda de Eufrasio y Covadonga en la calle General Zubillaga y cómo los vecinos comprábamos a crédito, y cómo ambos nos regalaban a los niños de la calle (por unos pocos reales o incluso una perrona) unas magníficas galletas que estaban secuestradas en un maldito frasco trasparente. También recuerdo la tienda de Tablao en la calle Independencia y sus productos asturianos increíbles, lo mejor de lo mejor, venidos de Quirós, de Grado, o de donde fuera. Seguro que muchos de ustedes tendrán ejemplos similares. También recuerdo cómo hace unos años, cuando vivía en Premoño (Las Regueras), fui al mercado de Grado a comprar un quesu Afuega el Pitu y había que esconderse, como si las "paisaninas" mercasen con droga! En fin, una verdadera vergüenza impuesta bajo el paraguas de la salud pública.

Pues bien, ahora que hemos recorrido todo este camino y hemos vaciado de tiendas nuestras ciudades y muchos de nuestros barrios, miramos hacia atrás, o hacia nuestros vecinos, y vemos que ellos están siguiendo el camino contrario, desarrollando el comercio de proximidad y las tiendas BIO que en su día se habían cargado. La tendencia BIO parece haber resuelto el problema de la importación masiva de frutas y verduras españolas, la mayor parte de plástico e inundadas de pesticidas, según los franceses. Lo llaman el "color rojo asesino". Y como somos un país becerril, toca una vez más dar la vuelta e imitar a nuestros vecinos exigiendo como consumidores nuestros derechos. En ello nos va la salud, porque vista la calidad de las frutas y verduras que nos venden, eso de cinco piezas al día no se lo cree ni el que hizo la publicidad.

Nunca entendí que alguien que se diga pastelero nos engañe vendiendo simulacros de dulces hechos con huevina y multitud de grasas saturadas que hacen arder el colesterol. Eso no es una tendencia, es un sacrilegio. Ojo con las tendencias asesinas, que nos pueden echar un día del mercado definitivamente. Es increíble llegar a la conclusión que los mejores pasteles que uno come son los que hacen mis hijas en casa y la mejor fruta la de la huerta de mi padre, que viene incluso con gusano. Hay que reivindicar la figura del artesano, del arte y también del oficio, y de la calidad a un precio honesto y razonable. Sólo si volvemos al comercio de proximidad, a confiar en nuestros tenderos, y por qué no, también en nuestros banqueros, saldremos de este galimatías en el que nos hemos metido.

Y también pueden tomar buena nota los principales partidos políticos del Estado, porque los ciudadanos empezamos a estar hartos de tanto inútil, de tanto escándalo, de tanto tiempo perdido, de falsos indignados que se dedican a tocar las narices y, en definitiva, de cretinos. Y esto debería ser válido a cualquier nivel, es decir, no hace falta mirar muy lejos si los inútiles los tenemos al lado y nos están haciendo la vida imposible. Como bien dijo el gran Germán Coppini, cantante del mítico grupo gallego "Golpes Bajos": "No se ama a los cobardes, simplemente se les quiere". El progreso no consiste en poner un póster de "PAZLESTINA" en la puerta del despacho, sino en establecer las condiciones de mejora generales, independientemente de cualquier grupo, raza o secta. El famoso Llongueras debería contemplar también este nicho de mercado. Me refiero al de la caspa.

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