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Daniel Capó

Pasar página

La amenaza británica de abandonar la Unión Europea y la bomba de relojería que es para Rusia la caída del precio del petróleo y del gas natural

El Brexit y Rusia agitan la política internacional estas semanas. Cameron lleva meses amenazando con la salida británica de Europa, a fin de presionar a los restantes países de la Unión. Se trata de una vieja táctica que coincide con el tradicional peso del vínculo atlántico, tan predominante en la diplomacia inglesa de los últimos tiempos. Pero, al ya habitual eje Washington-Londres, se une una renovada técnica de presión política que pasa por conseguir los objetivos a través del voto popular. En este contexto, el referéndum de junio era necesario para empujar a Bruselas hasta sus límites, a sabiendas de los riesgos explosivos que para el proyecto comunitario implicaría cualquier ruptura de la Unión. Por supuesto, la solución adoptada puede beneficiar a los británicos pero difícilmente al resto de europeos. Se introduce una excepción que cancela la universalidad de algunos derechos esenciales y se abre la puerta a una Europa que funciona y avanza a distintas velocidades, y en la que los retrocesos no sólo son posibles sino más que probables. El acuerdo Cameron-Tusk nos debilita y empobrece, a pesar de que algunos nos lo quieran vender como un éxito.

Al otro lado de Europa, Rusia continúa siendo motivo de preocupación. El Papa Francisco se ha reunido con el Patriarca de Moscú, Cirilo I, en un encuentro cuya lectura resulta más política que religiosa. El malestar eclesial en la importante rama greco-católica que pervive desde hace siglos en Ucrania ha sido enorme, llegándose a tildar de traidor e irresponsable al Papa. Desde la perspectiva rusa, ¿se trata de un gesto ecuménico o de una estrategia política al servicio de Putin? Preguntas sin respuesta, aunque las dudas no son infundadas. Ucrania y el Oriente Próximo constituyen los dos frentes de peligro para el Kremlin y, en ambos casos, el Vaticano puede desempeñar un papel legitimador. A ello se le suma la bomba de relojería que es que para Rusia el precio del petróleo y del gas natural. El crash de las materias primas pone en cuarentena el crecimiento económico de los países exportadores -tomen nota del caso brasileño o las monarquías del Golfo Pérsico-, además de añadir presión sobre los objetivos presupuestarios e intensificar la volatilidad en los mercados bursátiles de medio mundo. La debilidad económica rusa se superpone a la fragilidad de las fronteras Ucrania y Bielorrusia y sobre todo a la creciente tensión con Turquía en el frente sirio.

El gobierno de Ankara ha sido históricamente enemigo del régimen de Bashar al-Ásad, por lo que las autoridades turcas han recibido con gran desconfianza el apoyo militar de Putin al dictador sirio. Moscú ha acusado a Turquía de apoyar a ISIS, mientras que a la Unión Europea le preocupan los refugiados que llegan al continente por el Bósforo. Turquía es el principal aliado de los Estados Unidos en la región por supuesto, junto a Israel y el país musulmán más estable de la zona. Cualquier incidente que lo desestabilice juega en contra de los intereses de Occidente y a favor de los rusos. Putin teme que Ankara pueda decidir entrar de lleno en el conflicto sirio con tropas terrestres y aéreas, además de cerrar eventualmente la vía de paso natural de la armada rusa. ¿Qué haría Putin si Turquía decidiese involucrarse en la guerra civil siria? ¿Lucharían las dos potencias frente a frente? ¿Se produciría una escalada militar en todo Oriente Próximo? ¿De qué modo afectaría a Irán, Israel y Arabia Saudí? Muchos interrogantes que posiblemente no sean más que hipótesis.

En realidad, el estrés regional resulta una excusa para los grandes poderes que se benefician de la inestabilidad. Los principales riesgos siguen situándose en una Europa que no termina de cerrar su unión financiera y política. Rusia se encuentra atenazada por los miedos territoriales y por su vieja vocación imperial, herencia de los zares. Oriente Próximo parece querer revocar el dibujo fronterizo de la descolonización. China teme el cambio de una economía orientada hacia la exportación a otra centrada en el consumo, lo cual supondría ralentizar el crecimiento del PIB. La política es tensión y exige vías de escape. Un incremento moderado del precio del petróleo no le haría daño a nadie, como tampoco una rápida recuperación del dinamismo económico. Pasar página, sí, buscando una mayor estabilidad.

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