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Alguien me deletrea

Los versos de Octavio Paz con los que Francisco se despidió de México en su reciente viaje

El Papa Francisco se despidió de México, en su reciente viaje a ese país, con unos versos de Octavio Paz. Fue en Ciudad Juárez, en donde la población se halla atormentada por inacabables masacres, secuestros, desapariciones y asesinatos de mujeres, niños, estudiantes, familias enteras, defensores de los pobres y ciudadanos desamparados ante un régimen de violencia organizada, que, en la frontera con los Estados Unidos de América, no sólo no decrece sino que se afianza inexpugnable en las más recónditas anfractuosidades de una degradación abominable.

El Premio Nobel de Literatura 1990 no imaginó jamás, ni siquiera en la más surrealista de sus ensoñaciones, que un Papa leyese en México, ante una multitud lacerada por innumerables aflicciones, unas letras suyas. Sin embargo, allí y de aquel modo se cumplió el "hoy" del poema: "La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza", dijo Francisco.

Los versos de Octavio Paz, recitados por el Papa en la tarde del miércoles 17 de febrero de 2016, se encuentran en la antología "Árbol adentro (1976-1988)" y son estos:

Soy hombre: duro poco

y es enorme la noche.

Pero miro hacia arriba:

las estrellas escriben.

Sin entender comprendo:

también soy escritura

y en este mismo instante

alguien me deletrea.

El poema, titulado "Hermandad", está dedicado a Claudio Ptolomeo, que floreció en Alejandría en el siglo II d. C. y fue autor de un extenso tratado de astronomía, "Almagesto", en el que, al final del libro primero, aparece el epigrama inspirador de Octavio Paz: "Sé que soy mortal y efímero; pero cuando contemplo la muchedumbre de los círculos de las estrellas, ya no toco la tierra con los pies, sino que, a la par que Zeus, tengo mi parte de ambrosía, el alimento de los dioses".

El escritor mexicano decía de sí mismo que no era creyente. Pero reconoció en una entrevista que le hizo Carlos Castillo Peraza que cuando trazó el último verso, "alguien me deletrea", no sabía qué quería decir realmente. Ese alguien ¿era acaso Aquel al que buscó en el budismo? ¿o la "vacuidad" con que se encontró en Oriente, que, no siendo la nada, lo aproximó a una realidad anterior al ser y al no ser? "El problema esencial del hombre es que, siendo hombre, no es sólo eso. Hay en los hombres una parte abierta al infinito, hacia la otredad". Y concluye: "Yo sigo buscando. Alguien me deletrea".

Aun cuando su viaje en pos de las tradiciones espirituales del lejano Oriente fue decisivo en la configuración de buena parte de su obra literaria, reconocía, no obstante, que el cristianismo era el limo en el que había nacido y crecido, y desde el que había concebido y culminado su representativo ensayo "Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe". En el libro de Enrique Krauze, "Octavio Paz. El poeta y la Revolución", hay un capítulo dedicado a las relaciones del escritor con la Iglesia y el cristianismo, con su amigo José Revueltas -"devotamente ateo"-, con el marxismo -"trascender sin trascendencia"- y varias historias relacionadas con la religión.

Octavio Paz creía que existía una correspondencia entre todos los seres y los mundos. En "El ramo azul" dice: "Pensé que el universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo sería una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice?".

El poeta trata de aunar palabra, escritura y universo. Y aunque para entender bien ese intento de conjunción haya que ahondar en un posible influjo del neoplatonismo, esoterismo, iluminismo y romanticismo, o de autores como Mallarmé, Rimbaud, Apollinaire y Baudelaire, al leer el poema de Octavio Paz vienen a la mente el relato bíblico de la creación, en Génesis 1, y el salterio, en particular los salmos 8, 19, 139 y 147. Todo cuanto existe ha sido creado por la palabra de Dios, quien conoce a cada una de las estrellas, a las que llama por su nombre. Ellas, a su vez, desde los espacios infinitos, proclaman, sin hablar, la gloria y el poder de Dios. Y el humano espectador del firmamento, mientras alza la vista hacia el toldo cimero y los cendales flotantes de esa jaima inmensa que, moteada de titilantes luminarias, es el universo, pregunta: ¿Qué es el hombre? A la par que, sobrecogido, exclama: ¡El hombre! ¡Qué grande es! ¡Y qué amorosa la Voz inefable que lo deletrea!

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