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Joaquín Rábago

Un antes y un después en Alemania

Los sucesos ocurridos la noche de fin de año en la estación ferroviaria de Colonia, cuando una multitud de extranjeros borrachos, la mayoría de origen árabe, se dedicaron a hostigar sexualmente a las mujeres que se encontraban a su alcance, marcan un antes y un después en la política de inmigración alemana.

Si ya antes la gestión por la canciller federal Angela Merkel del problema de los refugiados había comenzado a ser contestada por amplios sectores de la población, a partir de ese momento las críticas internas se hicieron más fuertes hasta adquirir casi características de rebelión, sobre todo en el partido hermano de los cristianosociales bávaros.

El aura que rodeaba a la dirigente cristianodemócrata, a quien en un primer momento algunos quisieron caracterizar casi como una "madre Teresa" por la acogida que dispensó a los sirios, afganos y demás refugiados que llegaban masivamente al país, se ha tornado mientras tanto en ira o resentimiento frente a su política.

El semanario "Der Spiegel" publicó una foto en la que aparece un cartel con la cabeza de la canciller cubierta por un velo islámico y la leyenda claramente racista: "Merkel, llévate a los musulmanes contigo? y piérdete".

"Un debate en parte histérico se ha tornado aún más histérico", reza el pie de la foto, que corresponde a una manifestación celebrada en Leipzig por uno de los grupos xenófobos que hacen cada vez más ruido en ese país y preocupan de modo creciente a los partidos de la coalición, incluida la CDU de la canciller

Una cuarentena larga de diputados de la Unión Cristianodemócrata ha enviado una carta abierta a la canciller exigiendo un cambio de rumbo mientras en la CSU bávara le han lanzado un ultimátum para que, al igual que quieren hacer los austriacos, Berlín ponga límites a la entrada de refugiados.

La llamada "cultura de bienvenida" que quiso impulsar Merkel prácticamente sin contar con sus socios comunitarios tropezó con la negativa de éstos a aceptar los contingentes de refugiados que se esperaba que aceptaran acoger en sus países para descargar en cierto modo a Alemania, destino favorito de la mayoría de los inmigrantes.

De los 160.000 refugiados que la UE proyectaba distribuir entre los distintos países, a comienzos de este año apenas habían encontrado acomodo algo más de 270, una cantidad ridícula que manifestaba la poca solidaridad europea con un gobierno como el de Berlín al que muchos reprochan tratar de dictarles a otros lo que tienen que hacer.

Y lo más preocupante para los alemanes era que entre los reacios a recibir en casa a más refugiados no estaban ya los sospechosos de siempre, los húngaros de Viktor Orban o los polacos del nuevo gobierno nacionalista y autoritario de Varsovia, sino también los países escandinavos o de la Europa occidental.

Tras los incidentes de Colonia y otras ciudades comenzaron a aparecer también en la prensa germana informaciones que hablaban de la presencia ilegal en el país de individuos de origen magrebí, es decir de países que no están en guerra, y que se dedicaban a la pequeña delincuencia como el robo de bolsos o de móviles, sobre todo en las estaciones de tren.

La falta de solidaridad de los socios y la constatación de que inmigrantes o refugiados habían abusado de la hospitalidad germana y violado las leyes hizo que aumentaran las presiones para endurecer las medidas contra ellos a fin de facilitar la expulsión del país al tiempo que envalentonaban a los grupos más derechistas o xenófobos como Alternativa para Alemania o Pegida (Patriotas contra la Islamización de Occidente).

En la prensa escrita y en los debates políticos en los medios audiovisuales cada vez más voces hablan de las dificultades de integrar a una cultura tan distinta como la musulmana, en la que la mujer sigue ocupando un papel subordinado o es vista como la tentadora de la que el varón tiene que protegerse.

Todo ello ha dado más alas a partidos como la Alternativa para Alemania, que, según las encuestas, superan ya a los liberales e incluso a los ecologistas en algunos de los "laender" donde van a celebrarse elecciones este mismo año, lo que resulta preocupante para los tres partidos de la gran coalición: CDU, CSU y SPD.

Mientras tanto, hay quienes en el propio Gobierno hablan de la conveniencia de enviar a policías tanto alemanes como austriacos a las fronteras de Eslovenia y Croacia para reforzar a los de esos países y tratar de limitar en la medida de lo posible la llegada de refugiados por la ruta de los Balcanes.

La gran pregunta es si todo eso servirá para salvar a la que era hasta hace tan poco la política más popular de Alemania. Algunos hacen ya apuestas y creen que la hija del pastor protestante que prometió acoger a cuantos huían de la persecución y de la guerra podría incluso tener que dimitir este año. ¿Habría llegado entonces la hora de su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble?

Claro que Merkel, una dirigente que ha dado abundantes pruebas de su pragmatismo, puede dar un giro - ha comenzado ya a hacerlo- y decir que lo hace sólo obligada por la falta de solidaridad de sus socios.

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